El partido de ayer fue típico como un día de primavera. Empezó mal y acabó de la mejor manera posible; una victoria que sitúa al equipo a siete puntos de la zona trágica que cada vez estamos más cerca de abandonar. La victoria de ayer se cimentó en la fe de un equipo que se entregó, especialmente en la segunda mitad y en la comunión entre equipo y afición, que volvió a ser mágica. Propia de la maravillosa minoría.
Galca nos sorprendió situando a Álvaro de lateral derecho, a Diop de encaje con el centro del campo y a Victor Sánchez y Abraham como lanzadores del ataque. No se entendió muy bien y ya en las gradas, al inicio del encuentro se criticó la disposición.
Todo se olvidó cuando empezó a rodar el balón y el equipo bilbaíno volvió a gozar de esa especie de favor celestial que desde el punto de vista arbitral siempre les favorece. Si no, no se entiende que el colegiado no señalara un clarísimo penalti antes del primer cuarto de hora. Era penalti y expulsión. Ese error descentró al equipo y provocó el gol del equipo visitante. Fue un jarro de agua fría y la demostración de que volveríamos a vivir una matinal más propia de un Viernes Santo que de un Domingo de Ramos.
A diferencia de otras ocasiones, ayer el técnico supo leer el partido en el descanso y comprender que solo que los jugadores ganaran diez metros de espacio podían remontar la situación. A los pocos minutos de iniciarse la segunda mitad realizó un cambio que a la postre fue primordial por la aportación de Caicedo, no solo con el gol, sino con el espíritu que imprimió sobre el césped. El empate de Diop certificó sensaciones y entonces se vio al mejor Espanyol. El Athletic parecía fundido y desesperado solo buscando balones largos para aprovechar el error contrario
La ilusión mueve montañas y el gol del empate permitió al equipo creer en la remontada. Quedó certificada cuatro minutos después con el gol de Caicedo. El Espanyol se lo creyó. Los jugadores se lo creyeron. La afición lo vio más cerca. Y de todas esas combinaciones nació el espíritu de sacrificio, que además fue recompensado con una grada que hizo al equipo el mejor exponente de la resistencia.
Sufrir, sufrir y sufrir, fue la constante hasta el final. No porque el Bilbao tuviera muchas ocasiones, pero sí por lo peligrosos que son y lo bien que manejan los tiempos y los marcadores.
Conclusión: victoria importante, fe en la victoria, espíritu de sacrificio, actitud de equipo y afición espectacular.
La salvación más cerca. Ahora solo falta que no lo estropeen. Y muy pronto a pensar en el siguiente reto: una nueva campaña plagada de éxitos y de promesas que nos han ofrecido por activa y por pasiva. Al tratarse de promesas fe no faltará; como ayer.