El Espanyol acababa de caer humillado contra Osasuna en casa. Machín había soltado la de pipiolos. Los ánimos estaban por los suelos. Y en los aledaños del estadio, cuando solo quedan los de seguridad y los periodistas, ya era de noche y hacía mucho frío. Mi compañero Roberto Rodríguez, de La Vanguardia, me esperaba para hacer un pitillo y comentar la jugada. Yo llegaba desmotivado y cansado. “Tenemos mucha suerte”, me dijo. Y yo pensé qué carajos dice este, con la basura de partido que hemos visto y lo calados que tengo los huesos. Se refería a poder ir a los estadios, hablar de fútbol, retratar lo que sucede, dejar por escrito lo que tanta gente vive con pasión. A escribir y ser leído.
A su lado cubrí la clasificación para Europa. Quise invadir el campo, como hubiera hecho no hace tanto, para abrazarme con cualquier perico que pasase por mi lado. Le habría arrancado a mordiscos los calzoncillos a cualquier jugador. Preferí, en cambio, quedarme en la butaca porque tenía que acabar la contracrónica de un momento que, aunque ahora duela recordar, emociona.
Llegó una pandemia mundial y lo envió todo al traste. El fútbol quedó más lejos que nunca del aficionado, incluso del periodista, que tantas veces consigue el atajo. Lo más triste, sin embargo, es que el Espanyol venía marcando su propio aislamiento desde hacía tiempo. Censuraron las entrevistas y recortaron las ruedas de prensa. Protegían al jugador, siempre tan expuesto a nuestras tergiversaciones. No me pareció del todo mal. Soy de los que cree que el hombre es uno y su misterio.
El tiempo pasa y en la cúpula del club parecen haberse acomodado a esta omertà. Que el coronavirus siga contagiando es la excusa perfecta. Pero un descenso debería provocar un receso. Se debería tratar de acercar al equipo a la gente como tiempo atrás. O al menos prepararse para cuando los protocolos lo permitan. Ahora es imposible saber siquiera cómo juegan los juveniles o en qué condiciones entrena el femenino.
Esta pasada semana fuimos noticia gracias a las hemerotecas. Quizá a corto plazo el ausentismo quite presión a los futbolistas, pero a la larga se corre el riesgo de dejar que las especulaciones o la ley tuitera se adueñen de las hemerotecas. Y el fútbol, mal que pese a los que manejan, no es nada si la gente no está cerca. Poca diferencia quedará ya entre enchufar la Play o esperar a que juegue el Espanyol como en modo simulador.