Resulta evidente que carecemos de buenos delanteros. Con excepción de Caicedo no tenemos a nadie más
prioridad
Mañana tenemos una nueva edición del Ciutat de Barcelona y estoy deseando que llegue el momento de salir hacia el campo, de recuperar las sensaciones que tanto me gustan, de adentrarme por las calles de Cornellà y sentir el pálpito de los aficionados… Sí. Me gusta todo eso, me gusta el ambiente, me siento bien al ocupar mi localidad, al saludar a los compañeros de grada y comentar con ellos las novedades del equipo y las inquietudes, o las esperanzas, del futuro… por eso me duele tanto que el fútbol esté secuestrado por esos dirigentes que esconden tanto sus virtudes que no alcanzo a verlas… porque entiendo que los aficionados, los de verdad, los que acudimos al campo, los que nos gusta el olor a hierba, los que gozamos con el estruendo de la grada ante un lance del partido, somos, cada vez más, maltratados por quienes ostentan el poder deportivo.
El fútbol, en lo que se refiere al derecho que se aplica a sus aficionados, tiene la estructura propia de una república bananera. Tenemos algunas cosas tan integradas que ni siquiera nos damos cuenta de que rozan, no sólo el absurdo, sino incluso la transgresión de algunos principios constitucionales comunes a la mayor parte de los países democráticos. Me explico: ¿Puede imaginar el lector un régimen jurídico en el que cuando alguien comete un delito el castigo recaiga en todos los vecinos del delincuente? ¿Imagina lo que sucedería si alguien propusiera reformar el Código Penal en ese sentido? Pues bien, ese es exactamente el criterio que se viene utilizando con naturalidad con los aficionados al fútbol. Hace unos años, en Sarriá, alguien le tiró una mandarina a un futuro friki televisivo vestido de arbitro y todos sus vecinos, de grada, fuimos castigados por ello. Lo peor es que está tan integrado en nuestro pensamiento que asumimos con normalidad que un campo se cierre por eso, salvo que sea el club del señor Cardenal en cuyo caso siempre hay un indulto preparado; aunque es justo reconocer que en los últimos tiempos ha cambiado algo, puesto que se ha decidido castigar sólo al sector de la grada en el que se produce el incidente o, lo que sería lo mismo, a los vecinos del mismo rellano del delincuente.
Así estaban las cosas pero ahora la LFP, o sea los clubes ¿no? ha dado un paso más en esa subversión del derecho a la que nos someten: La nueva normativa contra los grupos de animación altera el principio básico del orden constitucional de cualquier sistema democrático: la Presunción de Inocencia, estableciendo precisamente su contrario: la Presunción de Culpabilidad. Quienes formen parte de un grupo de animación se convierten en culpables por el mero hecho de estar en esa zona del campo, ciudadanos que deben demostrar su inocencia en el mismo momento en que traspasen las puertas del estadio… la verdad es que no doy crédito, en serio, no puedo creer que eso se lleve a cabo sin que nadie, salvo los propios afectados, alcen la voz para denunciarlo y tampoco que los clubes tengan ese concepto de sus propios aficionados. La seguridad es una prioridad, en los campos de fútbol y en cualquier otro ámbito de la vida, pero dudo que la sensación de injusticia y el hostigamiento hacia determinados colectivos sea la mejor manera de garantizarla… y, entre tanto, estoy deseando regresar a la grada de Cornellà aunque eso me convierta en un presunto culpable.