Lo más cerca que he estado de la presidencia del Espanyol fue a los 14 años, en un aplec de penyes en Valls. Le di la mano formalmente a Dani poniendo cara de adulto a la altura de las circunstancias, aunque fuera un niño impresionable, y sentí que eso me posicionaba, de algún modo, en una hipotética línea de sucesión futura al gobierno del club. Eran los albores de la temporada 2000-2001, en pleno apogeo del danismo tras el triunfo copero de meses atrás, sin tiempo casi para recoger los fastos de las celebraciones centenarias del club.
Acabábamos de ganar algo los que pensábamos que solo ganaban los demás. Las sienes del presi todavía no habían sido plateadas a fuerza de los altibajos emocionales que vendrían después y, como ahora, incluso había voces entusiastas que sugerían que el sorpasso perico, ese viaje a Ítaca con el que fantaseamos sin llegar a sacar el pasaje, era posible. Era otro fútbol, ya saben. Vivíamos al día, literalmente, en el banco y en el verde. Si se acercaba el cierre de mercado y ese domingo el equipo pinchaba en Montjuïc, torcíamos la vista hacia el palco, veíamos a Dani fumar ansioso y nos convencíamos de que llegarían refuerzos con los que acallar el murmullo de la grada. Si la cosa se ponía más fea aún, todos sabíamos a qué entrenadores se llamaría para sacarnos las castañas del fuego. Éramos un club presidencialista, para bien y para mal. Y ahora lo añoramos. El fútbol moderno ha traído la parcelación y la profesionalización de departamentos que ni acertábamos a imaginar entonces. La especialización ha derivado en una relación impersonal entre la afición y los dirigentes del club, acuciada por la distancia física y sentimental de nuestro dueño y solo corregida quirúrgicamente por el Departamento de Comunicación del club, que hace lo que puede, que es bastante.
Esta semana ha sido noticia la vuelta de Dani al Espanyol, en esta ocasión para patrocinar el fútbol base perico, en una especie de regreso al futuro. Y, claro, hemos sentido esa bofetada seca, por innecesaria e inesperada, que algunos llaman nostalgia, pero que otros tenemos en mejor consideración, y es que, cuando añoramos el fútbol que se fue lo que realmente hacemos es echarnos de menos a nosotros mismos entonces. El fútbol que se fue era una digestión interrumpida escaleras arriba desde la Plaza España, las vueltas que le dimos a cómo pudimos haber invertido mejor el dinero del fichaje de Óscar, las volteretas imposibles de Frédson o el frío del Olímpico los días duros, nunca lo suficientemente duros como para ver tambalear nuestra fe. El fútbol que se fue, fuimos nosotros ilusionados con un refuerzo en la medida en la que su media en el PC Fútbol era como para ilusionarse. El fútbol que ha quedado somos nosotros, adultos ya, preocupados ahora por si el club podrá amortizar su fichaje. Entre medias, nosotros, y seguramente Dani, sintiendo que es un soplo la vida y que veinte años no es nada.
Aquellos maravillosos años
Años maravillosos para mi, fueron aquellos que con 12 años no me perdía un solo partido en Sarria, inclusive los de la copa de ferias, tengo 74 años y en aquellos años en la grada del General Mitre disfrutaba muchísimo, deseando llegara el próximo partido. Hoy por la economía y mis cortos ingresos me conformo con la tv y las paginas de la Grada.
Amigo Rogelio: Si usted desea ver un partido en el RCDE Stadium póngase en contacto conmigo (karlosbcn86@hotmail.com) y coordinamos un día para que pueda ir. Soy Carlos Caso, el autor del artículo. Será un placer.
Temps era temps…
Época inolvidable y Dani, con sus cosas buenas y malas, es historia viva del club