Borrachera de alivio, resacón del quince (como los partidos que lleva el Espanyol sin perder) y al lío. Que, en el caso perico (banderitas al margen) supone hablar de la ambición; de la inmediata y, sobre todo, de la futura. Son las cosas del renacido: a la que vuelves a vivir, a la que regresas de flirtear con la ultratumba, la mera subsistencia te sabe a poco. Así que tráigannos la carta del querer, que venimos con hambre.
De primero tenemos un Campeonato de Segunda. Quizá resulte un plato algo previsible a estas alturas, pero por eso mismo se antoja irrenunciable: la clientela ya tiene su gusto en el paladar, cae muy bien al cuerpo y su digestión embellece a cualquiera. Además, dice el chef (y el Chen) que en la cocina no se relaja nadie… y si el pinche es el embalao Keidi Bare, pues habrá que confiar. Hoy, por cierto, viene con fusión oriental con Wu Lei. Y sin romanticismos en el maridaje: nada de fundir la Copa para dar un recuerdo a los comensales, como en el Ajax. Este bollo está para otros hornos.
De segundo tenemos unos sueños de Primera. Producto autóctono con Puado y Melamed, guarniciones bravas de camachitos y más riqueza en especias para dotar de intensidad al guiso. Un plato redondo y de proximidad y sin necesidad de esferificaciones ni pijadas de los cinco continentes, aunque algunos críticos discuten sobre la reducción de prudencia, esa que tanto define a la casa. Hay cierta expectación también ante el ‘toque Rufete’, que marcará o no la diferencia, pero en la gerencia se le tiene fe. Cocción lenta, pero segura.
La carta de postres, directa a quitar el sentío, ya es de sobras conocida: pocos flanes, algún que otro pastel sorpresa y mucha aspiración de delicia: tortas de derbi, pudin de primera vuelta, milhojas de esperanza y todo regado, por qué no, por otra Copa de más, que invita la casa. Y lo sentimos, pero creemos que no nos quedan más torrijas, buñuelos o, ni mucho menos, “sorbetes para bajar”. Todo muy crocante y con promesa de dulce. Pero, por si acaso, jaleen a los cocineros.