Chasco inmenso para el Espanyol, que dejó escapar en el último suspiro un gran triunfo sobre el Barça. Hacerlo así y cuando el bufandeo atronaba, cuando tienes al gran rival desquiciado y hasta con Piqué expulsado en plena fiesta, sabe a poquísimo. Pero Vicente Moreno y el Espanyol tienen hoy un problema central, con un eje de la defensa crujiente que supone una sangría de puntos. Demasiado peaje en un momento donde la autoestima necesitaba como el comer una nueva victoria mayúscula ante el otro fundador de la Superliga. Y el balance sacude a la pericada: solo un punto en dos derbis muy ganables. Aquello del Espanyol y sus maldiciones.
Rugió el RCDE Stadium, que ya descorchaba el cava. Los golazos de Sergi Darder en el 40’ y de Raúl de Tomás (featuring Eric Garcia) superada la hora pintaron de blanquiazul el eterno duelo ciudadano. Eso es lo más rescatable del duelo: el equipo advirtió que puede y debe creer. Se dio cuenta que morder es posible. La hinchada también tiene motivos para recuperar la fe en su equipo y arrojar a la basura ese pesimismo destructivo. Pero es cierto que hay que suturar la derrama que supone la caraja defensiva, ahora mismo de aúpa.
Sobrevivió el Espanyol a un rosario de errores letales tras recuperación. Al Barça casi le valía la pena perderla, porque la gestión perica de cada posesión encontrada resultó desastrosa, con Sergi Gómez, Aleix y Cabrera especialmente aciagos. Así llegó el gol de Pedri a los 75 segundos, así se flirteó con el desastre ante un Jordi Alba finísimo en el centro y así pudo caer el 1-2, en un fiasco múltiple solo enmendado por el fuera de juego de Frenkie De Jong. El golazo de RDT redecoró ese drama y la falta de nervio en cada balón dividido, hasta el punto que el grupo soportó las inoportunas lesiones de Morlanes (nada más entrar) y de Aleix, que aguantó tieso lo indecible hasta que entró Calero (y no Miguelón). Pero tres centrales que hoy son frágiles sucumbieron en el último suspiro ante Luuk de Jong, en un bofetón para los presentes y para Raúl de Tomás, que digirió mal tal borrón ajeno a su mejor actuación en este 2022.
Pasó el derbi y no cabe hacerse más daño. El tradicional pressing imperante rozó esta vez la bajeza con una polémica por Els Segadors tan injusta (al Barça nadie le atizó durante seis años) como, a mi entender, fácilmente evitable, como sucedió en Sarrià, en Montjuïc o en el actual templo perico mismo un par de veces: chirria ahí la versión del club. Pero en fin: el orgullo que siempre genera la autodefensa necesaria en los derbis exige alimentarlo cada mañana. Porque cada día es un derbi para al perico y por eso la autoexigencia se debe sentir igual.