Cuando terminó el partido entre el Espanyol y el Eibar quedé profundamente desolado. El ¿espectáculo? que había presenciado ha sido uno de los que peor guión se había escrito y peores intérpretes lo habían perpetrado. Reflexionaba sobre lo que había visto y la mente se me quedaba en blanco. No atinaba a saber lo que había ocurrido. El mismo director, los mismos actores, el mismo escenario triunfal de otras veces… Entonces… ¿Era el Espanyol el que había estado “desjugando”? ¿Por qué el Eibar me recordaba al mejor Milán de Arrigo Sacchi? Discurrí que si a mi me ocurría tal “maremagnum” mental, qué no debía pasar por la cabeza de Sergio González. Llamé a mi cuñado y se hallaba sumido en las mismas cavilaciones. Y me dio una idea que voy a tratar de desarrollar.
Empieza la Liga y descubrimos un Sergio González que trata de conseguir de sus jugadores un “jogo bonito”, de posesión de la pelota, de pases cortos y salidas rápidas al contrataque. Resultado: lo perdíamos casi todo. Vuelta a la manivela y nuestro juego se convirtió en un deshacer el juego del contrario con un aspecto tosco, plúmbeo, infumable… Resultado: ganábamos algunos partidos. Claro, el dilema estaba planteado: ¿“Jogo bonito” o resultados?” Lo tremendo ha sido cuando Sergio ha comprobado que con el juego de amarrete, también se perdían partidos aparentemente beneficiosos para nosotros.
¿Qué hacer, pues? ¿Tenemos los jugadores adecuados para practicar el juego que a Sergio le gustaría? Sinceramente, creo que no. El único jugador capaz de desplazar la pelota en largo y con puntería, de encontrar el pase fulminante cuando un compañero se desmarca, entre dos jugadores, y con ventaja para el colega, el que más sabe aprovechar sus oportunidades ante el gol es, sin duda, Sergio García. ¿Por qué lo encontramos sacando los córners? ¡Misterio! El pasado encuentro, cuando apareció Jairo para jugar al lado de Caicedo y se retrasó Sergio García para dar el último pase, el Espanyol creció. Se generó el peligro en el área contraria que en todos los minutos anteriores había brillado por su ausencia. Y a mi me molestó comprobar una vez más que sólo Sergio García es capaz de entender el juego, desarrolarlo y convertirlo en arte. Podríamos hablar de Sergio y diez más. Pero sería ofensivo.
Los jugadores del Espanyol se comportan como auténticos profesionales. Se entregan al máximo y como ejemplo pongo a Víctor Sánchez a pesar de que acabó jugando de extremo derecho y sus centros iban a parar siempre al contrario. No tenemos centrales; no se engañe, amigo Sergio: no tenemos centrales y Éric en su país, con su selección, pagado por nosotros. Y, por enciama de cualquier otra consideración: no tenemos el jugador que aglutine responsabilidades, dirija el juego, mande en el campo y haga aún mejor a Sergio García. Todo lo anterior está escrito el pasado martes día 6. Ayer vi el partido contra el Valencia y claro, Dr. Jeckill! ¡Un partidazo! Sin Casilla, ni Colotto, ni Víctor Sánchez ni Caicedo, presumiblemente titulares. Y el dilema sigue: se jugó maravillosamente; resultado: perdimos. Pero ¡ah! ¡qué diferencia con el día del Eibar! Ayer me sentí orgulloso de la derrota. Hubo arte, hubo magia, hubo sabiduría, hubo clase… ¿Qué pasará contra Zape? ¿Jugará Mr. Hyde? Stuani es imprescindible. Lucas Vázquez también, aunque la cláusula del miedo nos impida alinearlo. Y, hoy por hoy, Héctor Morenoies el mejor de nuestros centrales. No en balde hizo mejor a Álvaro. No lo olviden. Es un central de diez millones.
Endavant les atxes, Espanyol!