Tras la explosión de la burbuja inmobiliaria en España, y en parte provocado por esta, asoma la posibilidad de que estalle la burbuja del fútbol. El negocio del fútbol hace aguas y no sería extraño que asistiéramos, la próxima temporada, a la liquidación de algún club de Primera o Segunda.
En los últimos años hasta veinte clubes han entrado en concurso de acreedores. Los principales equipos de fútbol han solicitado informes sobre la viabilidad del sector y los resultados no son, precisamente, esperanzadores. Con los sistemas tradicionales de financiación en franco retroceso: bajada de asistencia a los estadios (un 3,5% en Primera y un 8,1 en Segunda en la primera vuelta de esta temporada), perdida de patrocinadores y bajada de ingresos publicitarios, todo apunta a la necesidad urgente de negociar los derechos televisivos de forma conjunta y establecer un nuevo sistema de reparto más equitativo. El gobierno, que no quiere que le estalle en las narices el problema, se ha puesto manos a la obra y por un lado ha exigido un control económico más estricto de los clubes, que se sustancia en que el CSD hará un examen previo de los presupuestos de los 42 equipos de Primera y Segunda, y los que presenten dudas no podrán fichar; y por otro, en abril del año pasado se plantó y cortó de raíz, empujado por las críticas que le vienen de ‘arriba’, la práctica común de aplazar pagos a Hacienda y Seguridad Social: La UE lo ve como una forma de subvención encubierta y algunos clubes europeos consideran las infladas deudas de los equipos españoles (3.600 millones de euros, de ellos 600 con hacienda) como una forma de competencia desleal. A cambio de ese aumento de control, el gobierno se ha comprometido a imponer por ley, dentro de este año, la negociación colectiva de los derechos de televisión, algo que la mayoría de clubes viene exigiendo pero que los dos grandes se han encargado de evitar porque son los principales beneficiarios del desequilibrio de la situación actual. La negociación colectiva acercaría los ingresos a lo que perciben ligas como La Premier inglesa, 1.828 millones, o la Serie A italiana, 1.000 millones, frente a los 855 de aquí, aunque es difícil saber cuánto, porque tampoco los operadores televisivos están en su mejor momento económico.
Y la cuarta pata de este tablero: clubes, Liga y Gobierno, serían los jugadores de fútbol. Bien es sabido que la llegada de los ingresos de las televisiones revolucionaron el mundo del fútbol en los años 90, pero la locura que provocó el maná de las teles fue a parar, en mayor medida, a los bolsillos de los futbolistas, al entrar los equipos en una pugna por fichar que hinchó el mercado. Por esa misma razón, los miembros de la Liga deberían establecer un sistema más racional que evite que se vuelva a producir una sangría si, al final, llegan más ingresos al fútbol. Si todos se han apretado el cinturón los futbolistas no deberían ser menos, más cuando ya han visto peligrar su status al constatar las cantidades de dinero que les adeudan unos clubes ahogados económicamente.
El fútbol español tiene frente a sí el reto de recuperar la asistencia a los estadios (ver reportaje en págs..6-7), para lo que debería, también, bajar los precios de las localidades; frenar las pérdidas, aplicando criterios económicos estrictos y establecer un sistema de ingresos más equitativo que el actual que sitúa, por ejemplo, a las plantillas de Madrid y Barcelona como las mejor pagadas del mundo con, agárrense, una media de 118.000 euros semanales, en el caso del Barcelona, por 106.300 semanales, en el caso del Madrid, y no olvidemos que estamos hablando de un país que se desangra con 6 millones de parados y más de un millón de familias que no tiene ningún tipo de ingresos.
O se ponen las pilas y refundan un negocio con una fuerte carga social o este elefante con pies de barro que es la liga española estallará por los aires.