El de ayer fue otro partido más a los que este equipo nos tiene acostumbrados a domicilio. Nula presión. Poco brillo. Sensación de que el equipo va a remolque de los acontecimientos. Lo que lleva pasando todo el año y que a estas alturas, ya no tiene remedio. Pero en medio del tedio Darder se sacó el tiralíneas y le puso a Puado un balón con lazo. Esta brizna de magia hubiese bastado para llevarse los tres puntos a Barcelona. Pero sucedió otra cosa, y fue un fallo, mejor dicho, otro fallo de Joan García. De ahí llegó el empate, que desencadenó un final de tensión y despropósito que dejó a los espectadores desconcertados sin saber si dar por bueno un punto que no servirá a los pericos para sellar anticipadamente la permanencia ni a los granotas para soñar que la suya es posible.
Sí señores, Joan García falló, y no hay que ocultarlo, y aunque queramos hacerlo tampoco habrá nadie que se lo crea. Hay partidos que se explican por lo poco que pasa en las áreas y el de ayer fue uno de ellos. Que sí, que la poca ambición es una constante y que el Espanyol debe proponer mucho más ante el colista. Pero al final, todo el partido puede resumirse en un destello de fútbol y un error grosero. Y lo peor es que no es el primero. Joan cuenta sus apariciones en el primer equipo por desastres, y esta vez salió barato, puesto que la última vez, ante el Elche, fueron dos. Y ayer todos temimos que si le volvían a chutar entre los tres palos, caería otro gol. No mienta, usted que me lee, también lo pensó.
Hay que cuidar la cantera, claro que sí, pero eso no puede ser incompatible con la competitividad. El Espanyol debe tener un portero solvente y Joan ahora mismo no lo es. No cometamos el error de ocultarlo por un falso paternalismo. El paternalismo no ayuda a crecer. Se crece superando obstáculos. Cayendo y levantándose. Y demostrando que uno aprovecha las oportunidades que la vida le da. Así que no se equivoquen dando golpecitos en la espalda al chaval y restando trascendencia al resbalón. La portería de un equipo de Primera División no se regala. Y se puede hacer inabarcable a un jugador sin confianza. Hay que saber soportar el peso de la presión y el de la camiseta. No es nada fácil. Nadie dijo que lo fuese. Un compañero me preguntó al final del partido, que debía estar pasando por la cabeza del chico. Yo en cambio, lo que me preguntaba es lo que debía estar pensando Oier.
Seguro que Joan puede llegar a ser un portero extraordinario, pero hoy volvió a fallar. Caer y levantarse. No hay otra.