Llevo muchos años cuestionándome qué valor real tienen los títulos y cómo debemos cuantificarlos y estimarlos. A ver si me explico: el fútbol está concebido como un deporte objetivo en el cual se miden a los clubes y los jugadores fundamentalmente por goles, resultados y su palmarés colectivo –las distinciones individuales como el Balón de Oro o similares son un jardín aún peor–. Además, existe cierta jerarquía en los grandes trofeos; sabemos que la Champions está por encima de la Europa League y que ganar un Mundial es mejor que una Eurocopa o una Copa de Asia. Pero a mi modo de ver, cuando te empiezas a alejar de la élite global, ese rango o estatus de las copas se difuminan. Y ahí me entran las dudas existenciales. ¿Cuándo empezamos a considerar que un campeonato tiene entidad? ¿Solo valen los títulos de Primera división? ¿Cómo valoramos el título de la Liga Smartbank? ¿Debemos computarlo en nuestro palmarés? ¿Es suficientemente importante para exponerlo en el espacio histórico del RCDE Stadium?
Aficionados del Oviedo me contaban enorgullecidos que ellos tienen un título, por ninguno del Sporting de Gijón. Se trata de la Copa de la Liga -ya extinta- de Segunda división de 1985, la joya de la corona de su rústico museo en el Tartiere. Pero si buscas en la Wikipedia, resulta que ambos clubes han ganado la Liga de Segunda en varias ocasiones. Entonces, ¿por qué cuentan la Copa de la Liga y no la Liga? Parece evidente que el campeonato regular tiene categoría superior, ¿no?
No hace mucho le escuchaba a Carboni reivindicar la Intertoto que ganó el Valencia en 1998 -eliminó al Espanyol de la afamada ‘Quinta de la Intertoto’ en semifinales-, que fue el preludio de todos los títulos que levantó aquel equipo en su lustro dorado, arguyendo que en Italia “lo pintaban hasta en el autobús” mientras que en la capital del Turia nadie se acuerda de esa competición que amenizó el verano de los pericos durante varios años. Lo mismo con el Villarreal, que la ha ganado dos veces y se sigue considerando a sí mismo un club sin títulos importantes. Y por otro lado está el Cádiz, que estima el gol de Dieguito de la Margara ante el Sevilla de Buyo en 1981, definitorio para levantar su primer Trofeo Carranza -un campeonato amistoso de verano, no lo olvidemos- como uno de los grandes momentos de su historia.
Supongo que pese al empeño en objetivar este deporte, el fútbol siempre tiende a ser relativo, subjetivo. Y por eso nos gusta tanto. Cada club y aficionado cuantifica y cualifica las copas en base a su propio punto de vista personal y, porque no decirlo, a sus propios intereses. Acerca de nuestro título de Segunda, mi conclusión es que cada uno le dé el valor que crea conveniente. Yo lo voy a contar como un trofeo más, ni que sea para recordar nuestro año en el purgatorio.