Da igual que sea fútbol o waterpolo. Cuando llevas tantos años jugando en la élite sabes que las cosas suceden indistintamente del deporte que hayas practicado. Es una ciencia exacta. No escrita, pero se va sucediendo a lo largo del tiempo. La ley dice que si eres superior todos los equipos que jueguen contra ti irán al doscientos por cien de su capacidad y te van a poner en problemas, pero tú eres superior y debes ganar sí o sí. La presión afecta, pero la calidad y el talento prevalece por delante de cualquier otro síntoma. Y si encima de todo esto tienes la virtud de ponerte por delante en el marcador, el equipo rival hará lo imposible para empatar o ganarte tomando mil riesgos que les van a dejar desprotegidos y eso se debe aprovechar. Y este es el apartado en el que no acabamos de tomar consciencia. ¡Hay que matar los partidos! Y que no me expliquen milongas. Si somos superiores, hay que hacer las cosas de forma excelente y, de momento, no las hacemos. Estamos jugando al filo de la navaja con esta circunstancia y tenía que llegar el día. El empate me deja exactamente igual que muchos otros partidos que ganamos por la mínima. Y no me gusta que sea así, porque el deporte enseña que te van a robar la cartera a la que te descuides. Toca aprender la lección y hay dos formas para ello. La primera, hacer acto de responsabilidad y aceptar nuestros errores para acabar perfeccionando y acercarse a la excelencia, o la segunda, pensar que somos los reyes del mambo y que esto ha pasado una vez y no pasa nada. ¡Elijan! Yo lo tengo muy claro. La exigencia como entrenador debe llevar a la no relajación de tu equipo a todos los niveles. Solo así acabaremos siendo admirados por todos.
Recuerden las palabras de Sandoval antes del partido, “el Espanyol tiene sus puntos débiles”. Es responsabilidad nuestra detectarlos y mejorarlos. Todo depende del grado de profesionalismo que queramos tener y eso no va en el sueldo, sale de una parte muy honda llamada orgullo/humildad. Llámenme loco, pero lo del Fuenlabrada no es una casualidad sino una causalidad. Cuanto más entreno y más mejoro, menos suerte tengo.