Esta es una historia de un año que cambió al mundo y que nos cambió a nosotros. 2020 empezó de una forma inesperada. Wu Lei elevó al extasis a todo el estadio, sentenció a Valverde y extendió en toda la parroquia blanquiazul la sensación de que el infierno se alejaba, de que las noticias malas iban a terminar y en el horizonte se asomaba la esperanza del crecimiento. Los Reyes Magos hicieron su parte para contribuir en una misión cada vez más posible. Las llegadas de Raúl de Tomás, Adrián Embarba y Leandro Cabrera en forma de oro, incienso y mirra desataron el jolgorio generalizado. La victoria en Villareal fue más que una victoria, supuso la comunión entre hinchada y equipo que se necesitaba para cimentar una permanencia. Pero el castillo se derrumbó: desde ese partido el Espanyol sólo ganó un partido de liga y se marchó de la Europa League sonrojado. El confinamiento hizo que las creencias se posaran de nuevo en nuestras cabezas, la fe se retroalimentaba con los aplausos y los retos de papel higiénico. El primer bocado de fútbol pandémico no pudo ser mejor, victoria en casa ante un rival directo y con sensaciones inmejorables. Pero el partido ante el Alavés fue un espejismo. Desde esa victoria, el Espanyol no volvió a ganar hasta la Segunda división. Un descenso en el Camp Nou, que no por esperado dejó de ser doloroso. Pero así es el espanyolismo: al día siguiente lo que importaba era el entrenador nuevo, los jugadores que iban a llegar y el camino para volver a donde el Espanyol se merece. Incluso muchos planearon sus viajes a estadios de la península por si la situación nos daba un respiro. El cambio de expectativas que ha obligado a hacer 2020 a los pericos no es una cosa menor, la dimensión del club ha cambiado pero esta variación será para bien. Una de las cosas que me ha gustado de todo esto es cómo el club ha apoyado a los comercios pericos y como los medios y programas del Espanyol también se han unido. Remar hacia una misma dirección, todos juntos, va a suponer un cambio de paradigma que era necesario. Para nosotros, para todos. La vida en Segunda división, seamos honestos, no es la vida soñada. A la categoría no se le llama infierno por cualquier cosa. Es una división francamente complicada en la que todos los partidos son un dolor de cabeza. Pero como equipo aspirina todo se está llevando con naturalidad. Una mala racha de resultados no ha cambiado el objetivo del equipo y cada paso que da esta inhóspita Segunda división es más firme. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, decía Antonio Machado. Y el Espanyol está haciendo el suyo. Sin hacer caso a los ruidos baleares ni vecinales. Paso a paso, ya queda menos. Esa es la actitud que humildemente considero que hay que tener: el trayecto es largo, pero cada día es uno que se resta para volver a disfrutar todos juntos del Mágico, en el Templo y en Primera división.