Qué extraño, esto de tirarse una vida entera luchando contra la prepotencia y, de repente, tener que asumir que el Espanyol es, sin duda, el favorito, el enemigo a batir. Algunos pericos exigen sacar pecho con la nueva condición del club en Segunda (cabeza de ratón innegociable), pero a otros, el tema, tan antinatura, nos cohibe. Demasiados días soñando con David cargándose a Goliat como para poder hoy verlo al revés. Por suerte, viene el Albacete, tierra donde los molinos son gigantes. Nada mejor para empezar el curso desde una necesaria perspectiva quijotesca.
Vicente Moreno no parece precisar de cabreos mayúsculos como los de Camacho para activar al personal. No duden de que llegará más de una torta como la que sufrió en Compostela aquel Espanyol campeón de plata, 27 años ha. Pero el técnico de Massanassa no rehuye de ninguna condición (canten conmigo: “¡Favorito-favorito-baby!”) y acepta la presión con una normalidad que conmueve, con lo que nos cuesta por aquí. A la espera de los despegues que pueda haber in extremis, el equipo ahora mismo es de lujo, salvo quizá un cuate grandote que iría de perlas en según qué campos. Pero bueno: este vestuario tiene calidad y es momento de rescatarla. Lástima que a las ganas del equipo de resarcirse del curso pasado no se pueda sumar una afición con ganas de dejar de tragar en el desierto. Pero ahí está: con empuje optimista pese al pegote del año pasado y de éste. Compénsenla. E invoco a los nuevos, a los que todos quisiéramos que se quedaran y a muchos que tienen aún mucho por decir. Como David, tantas veces señalado por puñetas cuando quizá su pecado sea sentir los colores como los que lo critican.
Admiro a los que esperan un año plácido de bonanza, pero esto es el infierno, el plomo y la tormenta. Años con su épica imprescindible y que sirven para curtir y fidelizar. Para enloquecer con un improvisado Velko Iotov, para ver como la cantera despierta como Roberto y Lardín. Para forjar nuevos ídolos, como el malogrado Wuttke. Para sentirse fuerte y recuperar autoestima y más si la cosa acaba bien, aunque sea bajo el máximo sufrimiento como en La Rosaleda. Por eso, aunque algunos pretendan un curso de aplastamiento y comodidad, conviene saber que esperan terremotos fuertes, porque no hay renacimiento sin redención ni gesto de rabia y de desquite. Porque al final, no se engañen: el favorito (pese al presupuesto) no nace, se hace. Hoy empieza el parto.
Otra Rosaleda no la soportaría mi cuerpo, ya no soy un jovenzuelo como aquel. O, quizás por eso, sí lo soportaría. Pero ni p***s las ganas. Para qué nos vamos a engañar.