El Espanyol tiene un líder. Un líder que está dotando al equipo de una personalidad determinada. Nos da mensajes con contenido que los jugadores repiten como un mantra. Les ordena consignas que se cumplen a rajatabla en el terreno de juego. Les hace saltar solidariamente como un resorte en el momento de la protesta. Les conmina desde el centro del campo a ir a saludar a su público. Los jugadores le creen. Los aficionados le creen. El club le ha dado a Diego las llaves para que todo esto suceda, pero ¿le ha dado armas? Hay que alimentar este liderazgo y eso requiere inversión, porque, si no se alimenta, este fuego acabará por consumirse solo. Toda revolución sin armas está destinada a fracasar. Lo escribí en mi artículo anterior y vuelvo a repetirlo, a ver si cala.
Diego Martínez nos hizo creer en la previa que una bandita bienintencionada, que es más o menos lo que somos a día de hoy, tenía alguna posibilidad de hacer alguna cosa positiva en Vigo. Nos lo envolvió tan bien, en un discurso pulcro y plagado de referencias al ADN espanyolista -al que nos gustaría tener, al menos- que nos lo creímos a pies juntillas. El club nos lo machacó en las redes sociales por si en algún rincón quedaba algún perico al que no le había quedado claro. Y, como no, tan ávidos que estamos de creer en algo, se lo compramos en masa. Pero no solo nosotros, sino también los jugadores, que cuajaron una excelente primera parte cuyo último suspiro nos heló la sonrisa y nos enseñó una máxima de este maldito deporte: el fútbol es de los futbolistas. Una chispa de talento individual es un misil a la línea de contención del mejor equipo. ¿Cuántas veces hemos visto que la inspiración de un jugador gana inmerecidamente partidos? Y es que tener un jugador diferencial te da muchas cosas. Eso si, cuando lo tienes al servicio de la causa.
Hasta que apareció Aspas ¿quién se acordó de las tres consonantes más veces nombradas de todo el verano blanquiazul? Y después de que apareciese, todo el mundo se andaba preguntando por qué no estaba allí en lugar de estar peinando a sus caballos. La pelota derrumba imperios, amigos. Y tras un mal resultado, incluso a medio partido, se cuestiona todo. Así de débil es el liderazgo de nuestro amado líder, el hombre al que le hemos dado las llaves del club. Nos hemos puesto en sus manos, pero en las manos no le hemos puesto mucho más. Lo cual es bastante incoherente y hasta suicida. Muy típico del Espanyol, por otra parte. Muy perico. Somos un club al que le gusta más caminar por el alambre que a un tonto un lápiz. Es igual que nos mande un conservero del Maresme o un multimillonario chino. Para qué hacer las cosas bien cuando podemos hacerlas mal, como siempre.
Y pese a todo, un zapatazo de Éxposito, -un jugador del que debemos preguntarnos muy seriamente como es posible que no lleve seis años en este club, habiéndose criado en Barcelona- y esa ruleta de la fortuna que es el VAR, nos mantuvieron a flote a orillas del Atlántico. Bueno, y también lo hizo esa fe que empapaba el discurso de Diego Martínez. Henos aquí, a 17 días del final del mercado, manoseando la gran pregunta: ¿Tienen también ustedes fe en el líder, señores del club? Pues demuéstrenlo.