El final del verano siempre es época de chaparrones y chubascos, con la añeja banda sonora del Duo Dinámico de fondo. Pero el Espanyol ya lleva meses fraguando la tormenta perfecta. Una tormenta que está a punto de arreciar sobre nuestras cabezas con una potencia inusitada y que amenaza con arrasarlo todo.
Lo más vistoso del fútbol es lo que pasa sobre el césped pero suele ser un reflejo de lo que sucede en los despachos. Y lo que sucedió entre los meses de marzo y mayo tiene su consecuencia ahora. En ese momento tuvo Chen la oportunidad real de vender el club, pero en lugar de eso decidió descabezar a su cúpula directiva, empezando por José María Durán y acabando por Rufete. Lo importante no son ahora las razones de ambos ceses, sino quienes fueron los sustitutos. No se buscó gente nueva sino que se tiró de promoción interna. No se trata de juzgar hoy tampoco de las capacidades de Mao y Catoira sino de dejar clara cuál fue la consigna de Chen en estos relevos: no se gasta un euro más. El club se queda como está.
Tal vez, solo tal vez, otro CEO más incómodo para la propiedad, habria advertido al presidente de los riesgos de empezar un mercado con el límite a -14, como solo este medio se atrevió a publicar, y le hubiese persuadido de la necesidad de realizar una inversión para enjugar los 26 millones que se registraron en pérdidas de la campaña 2021-22. Tal vez, solo tal vez, otro director deportivo más experto y con años en el cargo, se hubiese negado a planificar una revolución sin inversión que lo fiase todo a una venta millonaria en la penúltima semana de mercado. Tal vez, tal vez. Pero todo esto ha ido como ha ido y ahora, ante olas de varios metros, Diego Martínez, con la misma voz quebrada del capitán del Titanic, dice que toca remar.
Remaremos capitán, su vestuario, la afición y el entorno. Lo hemos hecho siempre. Pero no era esto. No era esto. Fíjense que ante el pánico generalizado, ya no se habla de objetivos, ni de eufemismos como “consolidación”. Si no lo resuelve un milagro, estamos condenados a sufrir. Lo vemos todos y el míster ya lo dice sin ambages. Y supone una derrota antes de la derrota. Porque se intuye que Diego, con una plantilla digna, esto es, acorde al presupuesto del club, es capaz de llevarnos a travesías más interesantes que a la orilla de la salvación.
Por mi parte, no voy a juzgar más al equipo ni a las circunstancias del juego hasta el próximo 1 de septiembre, hasta ver que cuadro queda entonces. Porque lo que hay ahora, pese a que no se regatean esfuerzos, es un barco de remeros voluntariosos que hace aguas por todas partes. Ahora bien, hay que advertir que no vamos por buen camino. Que no faltan jugadores, faltan titulares diferenciales. Que los que parece que pueden llegar, como Lazo o Morente, no pasan de ser meros complementos. Que las gradas están divididas por el affaire RDT, como ante el Rayo Vallecano se vio. Y este es uno de los ingredientes básicos de cualquier desastre deportivo.
Llevamos meses, años quizá si abrimos un poco el punto de mira, cocinando la tormenta perfecta. Espero que Chen se haya traido paraguas, porque la que le puede caer es de las que hacen época.