La jornada empezó fatal. Los equipos por arriba ganaban. Nos alejábamos de los puestos de salvación. Se añadía presión al equipo. La obligación de ganar para no descolgarse crecía en un momento poco propicio por la necesidad de tranquilidad para dar lo mejor.
El presidente tuvo que tomar decisiones difíciles pero muy necesarias. Rascarse el bolsillo ahora y tratar de sobrevivir o no moverse y morir en el intento. La afición, una vez más, se une en los peores momentos. Cuando los jugadores no ven la luz, allí están los seguidores para enseñarles el camino. No hay salvación sin sufrimiento y juntos es la receta perfecta. Tres mil pericos esperanzados y ilusionados por vivir una tarde especial y difícil partían hacia Villarreal para enviar un mensaje claro: “No estáis solos”. Un estadio que nos dio alegrías en el pasado volvía a recibirnos en masa para intentar volver a vivir una tarde para la historia. Un punto de inflexión en la temporada. Un antes y un después.
Así fue. Llenos de espíritu y de buenos propósitos, las señales enviadas al universo volvieron en forma de energía y buen hacer. Tarde memorable. La peregrinación volvió feliz a casa. Los jugadores, orgullosos y con tres puntos en el saco. El convencimiento de que sí es posible está más latente que nunca. Lo hemos hecho muchas veces en el pasado. Sabemos la receta y lo estamos volviendo a hacer. Esto es un orgullo. Gracias a mi padre y a mis abuelos por hacerme perico. Estoy lejos, aquí en el Cairo, pero mis sentimientos me acercan más que nunca a casa.