Tras la remontada en Cartagena, un amigo me mandó un Whatsapp para decirme que “cuando juegan Melamed o Melendo el Espanyol es otro”. Le di la razón, más aún tras el show de Nico. Estaba cantado que iba a ser titular ante el Sporting. Lo que me asombró es que lo hiciera al lado de Melendo. Los dos talentos criados en Sant Adrià que más me han estimulado futbolísticamente en los últimos tiempos, juntos sobre el césped y ante uno de sus mentores, David Gallego. “Con estos dos jugando y sin los centrales titulares, hoy no nos vamos a aburrir”, me escribió ayer a escasos minutos del inicio del duelo el mismo amigo. Me puso el miedo en el cuerpo porque, lo admito, tengo pánico a los cambios. Y tras más de un tercio de Liga aburriéndonos -a excepción del choque en la Rosaleda y la segunda parte del miércoles- no tenía claro que estuviera preparado para algo nuevo. Además, con el kamikaze Keidi Baré sosteniendo el equipo, desequilibrado, y frente a uno de los contrincantes que mejor corren al espacio. Espectáculo o barbarie, pensé. Puntualizo: si ganamos me da igual hastiarme y que Vicente Moreno sea ramplón.
El Espanyol es la viva definición de previsibilidad en términos de fútbol y también de resultados. Cuando vence, casi siempre lo hace del mismo modo y con los mismos protagonistas. Y encima, nunca gana contra los de la parte alta, los hipotéticos rivales por el ascenso. A mi modo de ver, Melamed y a ratos Melendo son los únicos que se han rebelado contra ese predictibilidad ya instaurada por el técnico valenciano, previsible hasta en su discurso y su ropa. Es por eso que tras digerir la noticia del once, y siendo algo optimista, pensé en lo imprevisible, en ver otra cosa, incluso en divertirme.
Pues nada de nada. Resulta que Melamed y Melendo pasaron de puntillas. Ambición, pero ni atisbo de su mejor versión. El Espanyol fue el de siempre, se confirma que lo de Cartagena fue un oasis y nos volvimos a aburrir, esta vez en buena parte por culpa de la racanería del Sporting de Gallego, que estaba seguro que nos la terminaría colando.
Pero cuando ya casi daba por bueno el empate, sucedió lo impensable. En un partido en el que a priori debían brillar Nico y Melendo –argumentos principales de un hipotético Espanyol más asociativo-, que tras 90 minutos estaba predestinado al 0-0 o al 0-1, decidió Wu Lei -el que nunca decide bien- en una acción de juego directo que nace de las botas de un portero bastante cuestionado últimamente. Tiene miga la cosa porque el mérito de la jugada está en un duelo en las alturas que gana el chino, más bien bajito, ante la mole Babin, alegoría del hermetismo defensivo de este Sporting. Vaya, ¡qué impredecible puede ser el fútbol! Con todo, se ganó por primera vez a un rival de verdad. A mí así ya me vale, aunque sea previsible.