Contracultural, contestario, puro punk. Eso supone ser perico aunque no lo elijas, porque el entorno tiende a arrasar con la diferencia, con la minoría, cuando no a intimidarla de forma grosera. El “Treu la llengua”, con ese escudo burlón y descarado, da en la diana. Quizá no es la campaña utópica que llevará la entidad a doblar socios, pero sí supone el chorreo de autoestima y reafirmación necesarias para soportar elecciones vecinales post-triplete, espionajes dignos de Mortadelo y Filemón y hasta las propias e inevitables miserias, que ya es decir. Es el RCDE, ese minoritario maravilloso, asombroso, extraordinario –llàstima, Girona– diciendo “aquí estoy yo”.
El gesto stoniano es osado y los remilgos de algunos pericos son comprensibles. Pero el fondo de la campaña es de los que dejan poso: “Por más que me enterréis o me echéis tierra de por medio, siempre estaré aquí”: frente a pretendidas sacralizaciones y solemnidades; contra marginaciones y chorradas. Y la prueba es que este Espanyol se atreve hasta a tunear su enseña, con lo de autoparodia que eso supone. Ya lo ven: el llorón victimista ha pasado a descojonarse, y más si el emperador pasa de ir desnudo a sudar con veinte capas. Incrustar tal cambio de actitud en el ADN perico –por si había alguna duda– me parece un win-win como una casa de payés. Un doble triunfo que, de entrada, recarga las pilas enmedio de un verano cargante.
Sacarla cuando corresponda será a partir de ahora un gesto tan práctico como efectivo. La burleta perfecta ante cualquier ataque fachenda infantiloide. “Elis, elis” y déjame jugar y hacer mi vida. Pero la personalidad auténtica se escribe, sobre todo, haciendo las cosas bien. Ese entusiasmo, esa identificación, que palpas en el equipo de Perarnau, Sergio, Lardín y compañía. Sintonía rockera y sinfónica ante las dificultades, no exenta de un imprescindible punto de inconsciencia grandilocuente –“vamos a tener aún mejor equipo”, te sueltan– y una convicción bien poco vista por estos lares. Todos ellos son de un valor tremendo, como para que Dani se ponga exquisito y se marque su juego favorito hasta si vienen a comprar el club los de la Coca-Cola. Tener tal equipo ilusionado, pese a las turbulencias y el mar de fondo, es disfrutar ya de la chispa de la vida.
En fin, una última reflexión para relativizarlo todo: los canarios (¡hola, Las Palmas!) se dicen así por los perros; los periquitos, por los gatos. Guiños de la vida, que saca la lengua a la mínima que puede.