Caprichos de la memoria, recuerdo nítidamente el día que bajaba de Montjuïc, sentado en la parte trasera del coche de un amigo, en silencio, porque en la radio estaban entrevistando al entonces presidente del Espanyol, Dani Sánchez Llibre. Hará más de quince años de aquello, cuando el de Vilassar, en referencia a la necesaria victoria que acabábamos de conseguir, dijo aquello tan manido de: “ver la luz al final del túnel”. Entonces, guardó un silencio de medio segundo, deteniéndose justo el tiempo necesario para crear una expectación tan efímera y genial como la que crea un penalti lanzado a lo Panenka, y añadió: “a no ser que sea la luz de un camión que viene de frente”.
En estos quince años, los pericos sentimos que nada podía ser peor que no tener campo propio y, cuando ya tuvimos uno, empezamos a renegar de las temporadas plácidas en mitad de la tabla, al tiempo que otros grandes clubs se despeñaban en la Segunda división. Luego pisamos Europa y lo que creíamos luz en el horizonte ha resultado ser, ahora sí, un camión de frente llamado descenso.
Como habrán podido intuir, yo al Espanyol Danista lo añoro. Con aquel club compartí momento vital: los dos estábamos en plena adolescencia. Con el de Vilassar el Espanyol fue (o siguió siendo) rebelde y caótico; fue apasionado, irreverente, diferente, valiente y orgullosamente familiar. Era un club pobre pero fulgurante, que destacaba como un joven en una piscina llena de ancianos.
El período presidencial de Dani está lleno de claroscuros, cerrándose con el club al borde de la quiebra. Pero no he conocido mejor manera de liderar al Espanyol. Con él, como ocurre en todos los clubs de fútbol, el Espanyol acabó por adquirir la personalidad de su dirigente. De talante paternalista, con jugadores y afición, Dani compartía algo del populismo arrollador de Jesús Gil. Como ocurrió con aquél, su pasión revitalizó al club. Él personificó, además, el anti establishment culé, defendiendo al Espanyol en los medios catalanes, asumiendo un papel nada cómodo, armado con su media sonrisa y su peculiar ironía de astuto payés.
Aquello es pasado y el pasado no vuelve. Pero comparar esos tiempos con los actuales resulta desolador. Ha sido angustiante ver hundirse al equipo en la Segunda división sin que nadie del club alzara la voz. Se hubiese agradecido un pataleo ante los desprecios de Tebas o un mensaje contundente frente a decisiones arbitrales que boicotearon cualquier atisbo de remontada.
El diagnóstico suena a maldición: somos un gran club que perdió su pasión. Solo hace falta ver la última rueda de prensa de Durán y Rufete. El tono fúnebre y funcionarial lo ha marcado Chen y lo han asumido como propio los actuales dirigentes. Desde aquí les recuerdo la máxima Hegeliana, que continúa siendo irrebatible: sin pasión no se logra hacer nada importante.