No tiene explicación alguna, soy de esa clase de gente a la que le gustan las cosas cuanto más complicadas mejor. El camino recto, fácil y llano no está hecho para mí. Como en la gran canción de The Beatles compuesta por George Harrison ‘The Long and Winding Road’: el camino tortuoso es el mejor camino. Esta canción de 1968 incluida en el majestuoso ‘White Album’ contiene uno de los mejores solos de guitarra jamás grabado por George, un gran compositor y excelente músico siempre a la sombra de los dos gigantes del cuarteto de Liverpool John Lennon y Paul McCartney. Ser del Espanyol es elegir ese camino, es ser George en el universo Beatles, es… la cosa más grande que puede pasarte en la vida. Sin darme cuenta, desde bien pequeño y a pesar de la influencia de un abuelo culé, seguí la senda rebelde, la del abuelo que trabajaba de portero en la calle Ganduxer y que a pesar de ser murciano y del Madrid, decidió llevarme a Sarrià pues estaba al lado. Mi padre, nacido en Zaragoza, blanquillo con querencia al Real Madrid, sentía simpatía por el Espanyol, pero tampoco influyó en mi camino. Fue una elección personal de un niño al que un día no le dejaron ver un entreno de los suizos y al siguiente pudo chutarle un penalti a N’Kono. Ese hecho y el sentirme diferente en el colegio -era el raro de clase- guiaron mis pasos fuera del rebaño azulgrana. Pocas cosas marcan tu carácter y tu futuro cuando eres niño como elegir tu equipo de fútbol; esa decisión es la más importante que tomarás en la vida. El trabajo, los amigos, las parejas van y vienen, pero el Espanyol estará siempre ahí. Fui siempre un niño y posteriormente un adolescente curioso y atípico por lo que mi elección era clara. Mis grandes disgustos en la vida, salvo alguna muerte en la familia, han estado relacionadas con el club. Los descensos a Segunda dolieron, pero mucho más la final de la UEFA del 88; Clemente, no te lo perdonaré jamás. Con 12 años y aguantando carros y carretas en el colegio, esa UEFA me hizo sentir cosas que nunca había sentido antes. Por desgracia, el sueño acabó en pesadilla y volví a ser el pringado de clase y casi del colegio. No recuerdo ningún otro niño con filial blanquiazul en mi escuela. Ya de adulto volvimos a caer en otra final pero dolió menos, muchísimo menos. Las alegrías tampoco han sido muchas, pero la ilusión de un perico se alimenta con muy poco. La construcción del estadio me tuvo meses y meses ilusionado como un niño esperando el regalo de Reyes. Por desgracia, hay gente que con los años pierde el amor a la música, a divertirse o la pasión futbolera. Siguen a su equipo, pero ya en la lejanía, sin tanta implicación emocional. Con más de cuatro décadas sobre los hombros y viviendo a 352 km. del templo perico, era fácil que remitiera el fervor perico, pero nada más lejos de la realidad.