Llega la hora del estreno y no parece nada nervioso. Serán cosas de la edad: sólo tiene 21 meses y le importan un pimiento las tristezas de Cristiano o las casazas de Nueva York. Sin embargo, mañana le harán saltar al césped de La Gàbia como un perico más, vestido de corto y confundido entre colores. Menuda movida, y encima, casi a la hora de comer.
Preguntado por la premura del bautismo, su padre ni arquea la ceja: “No lo hago por forofismo, sino para que Martí pueda elegir libremente.” Argumenta que sólo así el nano tendrá derecho a decidir, puesto que todo lo que le llegará del cole y de los medios lo empujará de forma ciega a profesar los dogmas oficiales. “Cualquier padre catalán responsable y con ganas de que sus hijos tengan un cierto criterio debería hacer lo mismo, o más: sacarles el carnet”, alardea en broma. Y entonces se pone sentimental. Todavía tiene pendiente pasarse por las oficinas para cumplir el último encargo del Avi. Ja toca.
Aunque lo niegue, el padre de Martí sabe que, por una vez, todo el prólogo del partido le excitará más que los noventa minutos ante el Athletic. El futuro arranca ya y lo hará mezclándose de forma inevitable con el pasado, con las Monas dels iaios y esas caminatas hasta Sarrià envueltas de ensoñaciones infantiles. El partido va volver a empezar y seguirá con tintes de hazaña: solo en clase, rodeado de adversarios hostiles y quizá más de un profesor capullín, que se ve que se estila mucho. “Ens ho passarem bé, ja ho crec”, parafrasea de un rival ilustrado mientras le estira los mofletes a la inocente criatura.
Y sí, ahí aparece ya la silueta del estadio, ese templo impensable, y la garganta se le anuda como a un tonto enamorado. No habrá vuelta atrás: el veneno más dulce va a quedar inoculado. “No, no pongas veneno, sino elixir”, me exige. Vale. No seré quisquilloso con él, justo en el momento de repatir la herencia y, sobre todo, de configurar la mentalidad de su hijo. “¡Y tanto!, es lo que tiene ser perico. ¿Y sabes qué? Habrá suerte. Será un optimista empedernido y un cachondo mental, dispuesto a la autoironía y con un buen par para enfotre’s de los ridículos del vecino.” El padre de Martí vibra, se ilusiona, enloquece. Habla solo y echa el moco. ¿Me entienden, verdad? Benvingut al club, fill meu.