Ayer supimos que murió Claudio Biern, un pionero genial, brutal, que se inventó algo que aquí, en la España de “que inventen ellos” no existía. Claudio le puso colorines, emoción y banda sonora a nuestra infancia, porque eran uno dos y tres los famosos Mosqueperros; soy siete veces mas fuerte que tú; son ochenta días, son y que les voy a cantar yo que ustedes no sepan. Un tipo educadísimo, afilado, flemático. Lo conocí brevemente en las elecciones en las que se postuló a presidenciable, apoyado por José Manuel Lara, pese a que años antes, en un Consejo, su hermano Fernando le dijo ante testigos: “tu nunca serás presidente Claudio, mi familia no lo permitirá”. Las comillas son gratuitas, claro, porque yo no estaba. Pero algunos que si que estuvieron presentes me lo explicaron de primera mano. Pero luego, en 2005, Lara Bosch, hasta aquel entonces máximo accionista del club, le dio su apoyo accionarial. Lo puso al frente de los ‘jovenes’ de Espanyol 3.0, – todos pasaban de 40- para darles más empaque. Esa fue la primera vez que Lara votó en contra de Dani. Perdió, y esa derrota seria el punto y final de la larga carrera de Biern como directivo, y la excusa que necesitaba José Manuel para liberarse de la pesada carga emocional que suponían sus acciones. Menos de tres años después, el editor le vendió su paquete al conservero. Y el resto es historia.
¿Se acuerdan de todas estas cuitas accionariales? Los dimes y diretes, las confabulaciones, las componendas, las intrigas palaciegas. Eran momentos de luchas intestinas posteriores al Espanyol de “las antiguas familias”. Bueno, algunas familias seguían todavía en liza. El apellido Lara siempre aparecía de telón de fondo. José Manuel era el gigante ausente, tanto como su hermano fue el añorado heredero. Los partidarios de Lara le veneraban como a un Mesías y auguraban un futuro en el que el editor que vendría a arrasar con todo, a imponer el orden y destronar al usurpador clan del Maresme. Que lejos nos queda ya todo aquello. Y qué ajeno. Eran tiempos en los que habitaba un animal ya extinto: el consejero, antes llamado directivo. Había consejeros en cuya palabra confiar, aunque la mayoría no le dijese la verdad ni al médico. Consejeros a los que culpar hasta de los fallos de un delantero. Consejeros con los que comentar la jugada, con la misma pasión que cualquier aficionado. Consejeros con los que conspirar sobre el destino de las acciones de este o aquel. Consejeros que filtraban noticias a altas horas de la madrugada, en interminables conversaciones telefónicas, en el reservado de un restaurante de lujo o en un solitario parking. Si, algunos se enriquecieron a costa del club y a otros el club les costó mucho, muchísimo dinero. Había toda clase de tipos y tipos con clase. Todo tenía una dimensión más humana. Para lo bueno y para lo malo. Porque humano es el espíritu pero también las más bajas pasiones. Eran tiempos en los que se reclamaba que los clubes se comportasen con la frialdad, asepsia y supuesta pulcritud de las empresas. ¡Fíjense qué ironía!
No hay que caer en el error de idealizar o dulcificar a todos estos personajes. Al fin y al cabo, el agujero de 200 millones de euros que nos llevó a convertirnos en otra propiedad de Chen, lo fabricaron muchos de ellos. No todo era de color de rosa. Si dos o tres de estos tipos alargaban demasiado la sobremesa antes de acudir a un Consejo y se pasaban con el carrito de los licores, igual liaban la de Dios. Exigían dimisiones o las presentaban ellos. Pero reconozcamos que eran la cara humana del club y le prestaban su voz, su tiempo y muchas veces su dinero. Eran, en su mayoría, tipos de bolsillo solvente, o con contactos, o con inmenso talento y en algún caso -como en el del propio Biern o Gay de Liébana, que ayer también fue homenajeado- las tres cosas a la vez. Y sobre todo eran tipos con libertad para poder decir lo que les venía en gana sin miedo a perder su sueldo, como sucede ahora. Y es que hemos pasado en pocos años de ser un club de consejeros a un club de empleados. Y como es lógico, la primera preocupación de un empleado es conservar su puesto de trabajo. Eso explica muchas decisiones que se toman hace tiempo en el club sin que nadie las fiscalice. La ausencia de alma. La nula autocrítica. Los criterios caprichosos. El vacío. Hemos perdido espanyolismo, nervio y raíces. También hemos perdido debate interno y seguramente muchas contradicciones, asfaltadas por la jerarquía corporativa. Hemos perdido, incuestionablemente, representatividad. ¿Se imaginan volver a tener a empresarios de éxito como Biern trabajando gratis para el club? Otros tiempos. Otra historia. Poco a poco, se van los últimos de una especie extinta que sirvió a una entidad que hoy, es otra cosa.