Descendió un equipo en su feudo por oposición directa del Espanyol. Les diría aquello de “pidan un deseo”, pero una buena mayoría ya lo había formulado: “Que se salve Sergio, héroe de Mestalla, uno de los nuestros”. Y el Monstruo lo consiguió con el Cádiz (cómo lloraba bajo la lluvia de Vitoria), tras cinco meses de resistencia a lo imposible. Y hasta lo logró también Aguirre, experto en esto, en parte, porque el RCDE forja incluso a los curtidos. Los técnicos pre-Chen sonrieron. Y también lo hizo Luca Warrick, que nació como jugador de Primera. Bregador y con empuje desbordante, al internacional canadiense solo le faltó egoismo para tener el debut soñado.
Llora Granada y, si me lo permiten, con ella lo hacemos también los periodistas que nos perdemos su tapeo entre previa y crónica. La resurrección nazarí se quedó muy a medias frente al Espanyol. Atenazadísimo el ex-equipo de Diego Martínez sobre el abismo, su desempeño fue irrisorio. Se vivió tanto el drama local que, más allá de empatizar (no obtuvieron su gol de Coro), incluso llegó la pericada a sentir culpabilidad: menudo fenómeno extraño, precisamente en este curso. Pero el Granada, partido profesional al margen del Espanyol (notables Diego, David y Nico), se condenó solo. Y cuidadín, que aún alguien le pasará facturita al RCDE por haber frustrado la heroicidad de Karanka. El mourinhismo no hace prisioneros.
Cuesta imaginar, sin embargo, cómo podría empeorar la relación del Espanyol con los “elementos externos”. Porque el penalti que rebuscaron ayer entre el VAR y el ínclito Hernández Hernández solo es indicativo de dos cosas: 1) el desprecio a un club y sus profesionales; y 2) el drama de una Liga que podría ser la mejor del mundo y se empeña en empequeñecerse. A veces, para favorecer a los grandes, como ilustró el lamentable comunicado de Tebas tras el gatillazo del Madrid con Mbappé. Y otras, para sostener el status quo manteniendo en todo lo alto a un tipo como el colegiado de apellidos tintinescos y más malo que el pérfido Rastapopoulos. Balón que primero da en el brazo pegado y luego rebota en el otro: penalti, toma ya. Hubiera perjudicado de forma vergonzante al Espanyol y hubiera maltratado de forma histórica al Cádiz. Pero Jorge Molina, superado como el resto de sus compañeros, lo lanzó fuera. O la Liga se va al diván y reflexiona sobre los desastres arbitrales de este año, o la gente abandonará esta casa de locos despóticos.
Curso cerrado y hora de las notas: yo le doy un 5 y medio raspado. Una primera vuelta de siete, un segundo tramo de cuatro ramplón. Entiendo que ustedes sean más severos. Pero el niño, que ya iba con el material escolar justo, dejó de estudiar por los problemas que había en casa. Y más vale que la familia se organice, porque sino se corre el riesgo de ir renqueantes y acabar llorando por las calabazas. Por de pronto, que no las dé el técnico elegido: sería la evidencia de que otra vez vamos cortos de miras y justitos de ambiciones. Santa Adriana, ruega por nosotros.