Hay tardes en que las flechas de la pizarra se sueltan y se clavan en los entrenadores. Como si fueran parte de un vudú vengativo, desgarran las fajas tácticas y liberan el juego en un caos estrambótico, caprichoso, preinfantil; en esa anarquía tan típica a veces del futbol inglés, donde cada balón puede ser la revolución, la contracultura, el locurón. Algo de todo eso pasó ayer en el RCDE Stadium. Y también en ese escenario se impuso el equipo de Vicente Moreno en su versión local, con la que sonríe en la tabla, sobradete: si no es porque puede, es porque Puado. Un partido partidísimo contra el colista donde, al fin, el Espanyol halló el antídoto: resulta que la aspirina se disuelve en el descontrol. Bendito desmadre, a pesar de los amagos de infarto.
La ‘meravellosa bogeria’ vivida en Cornellà-el Prat presidió el bautismo de Javi Puado como goleador de LaLiga. El príncipe prometido acudió al rescate con un doblete para la remontada final y el sometimiento de los tópicos sempiternos con que se tortura tanto el club en pleno. A Javi solo le faltó acudir en corcel para espantar los demonios pericos. Y al final, casi fue anecdótico que Morales volviera a ser ‘El Comandante’ o que De Frutos volara sobre el nido de Aleix Vidal. Porque irrumpió Javi, con el rol secundario al fin aparcado para asaltar la Primera. Una noticia que vale tanto como los tres puntazos obtenidos.
Luego, tras el disfrute, por supuesto, conviene digerir el triunfo estrambótico (madre mía, la última de Clerc) a modo de advertencia: las grietas de la banda derecha son ya fallas sísmicas. Embarba ha sido engullido por sus sombras y Aleix se eclipsa en ellas y en un perfil que ya está más para la aventura ofensiva que para el rigor de la marca. Pero ni ese terremoto presentido por la hinchada explica el desplome vivido en el último cuarto del primer acto, lo más parecido a los desbarajustes fatídicos del año del descenso. Quizá fue la injusta amarilla a Yangel o la ausencia de Keidi, pero el Espanyol no compensó sus fracturas y el partido se vivió en el abismo, a puro pecho descubierto. Justo por lo que Vicente Moreno se desvive por evitar y que ayer, superado por las circunstancias, acertó a corregir con el arrojo de Melendo y Nico: la receta justa para desquiciar los instintos de supervivencia del Levante UD.
Tras rozar la crucifixión, ahora el Cristo Atlético y la redención obligada en el vía crucis fuera de casa. Balaídos y Mestalla. Y digámoslo alto y fuerte: hay red y solo muchísimo que ganar. El terror no se admite en estas últimas semanas; las primeras, quizá, para soñar que la consolidación que vende el club es tan ambiciosa como la que los pericos desean comprar. Este 2021 de repunte perico bien merece culminarse bien.