Conseguido el objetivo principal, el espanyolismo tiene unas ganas irreprimibles de pasar página y empezar a centrar su mirada en el nuevo curso ya en Primera. Y ahí, de momento, surgen más dudas que certezas. Sabemos que el club no contará con una inversión extra y deberá volver a exprimir al máximo el límite salarial, cuya cifra todavía no es pública, pero ya nos anticipan que habrá un margen de crecimiento nulo o escaso. Son informaciones que vienen a aguar un tanto el vino del ascenso, pero reales. Entiendo a los que quisieran ilusionarse, pero es mejor no llamarse a engaño y saber exactamente en qué punto estamos. Porque atención: nada de esto es incompatible con la exigencia y la ambición.
El Espanyol del retorno a Primera no va a ir boyante, de acuerdo. Lo aceptamos. Y su objetivo en la clasificación pasará por cerrar cuanto antes la permanencia. Desde luego. No puede ser de otro modo. La gente del Espanyol, en mayor o menor medida, puede aceptar eso sin demasiados remilgos, puesto que es lo mismo que le han dado de comer la mayor parte de su historia. Pero mucho más allá de señalar un objetivo en la clasificación, el verdadero objetivo es la identificación. Esa es la palabra clave. Identificación. La gente debe poder identificarse con su equipo. El equipo debe poder identificarse con su gente. Si existe una identificación, todo es mucho más sencillo.
¿Y qué identifica a la gente del Espanyol? Sería motivo de un amplio debate, pero sin duda, en una encuesta popular, surgirían adjetivos como lucha, rebeldía, resistencia o inconformismo. ¿Puede trasladarse esto a las virtudes deportivas de un equipo, a un estilo de juego? Sin duda. Hay que construir un equipo que el año próximo salga a pelear con el cuchillo entre los dientes desde el primer minuto de la primera jornada. Si se hace así, se establecerá un vínculo de conexión entre el equipo y su gente, que facilitará las cosas en el siempre difícil regreso a la categoría. No hay nada peor para un aficionado que ver como se traicionan las expectativas. Y el error ha sido siempre situar la expectativa en la horquilla de o Europa o permanencia. La expectativa hay que situarla sobre el rendimiento del equipo: el aficionado debe sentir que sus jugadores lo han dado todo para llevar el escudo a lo más alto. En cada minuto, en cada partido, durante toda la competición. Y luego que el rendimiento nos lleve adonde merezcamos.
Tenemos calidad para estar en Primera y este año se ha demostrado. Pero hay que edificar un equipo sobre la competitividad y el carácter, auténtico talón de Aquiles de la temporada del descenso. Y eso hay que hacerlo posible, volviendo al primer párrafo, con el dinero del que dispongamos. No es una cuestión estrictamente económica, pues la actitud no se negocia. Para los pericos, ir al estadio a ver jugar a su equipo, debe ser una auténtica experiencia de comunión. Debemos sentir que hay once tíos dispuestos a todo por defender su escudo como lo defiende cualquier aficionado en la calle, en su escuela, en su lugar de trabajo, en su día a día. No es retórica populista. Los pericos pueden perdonar errores y miserias, pero jamás falta de entrega. El objetivo debe ser la identificación. Equipo y afición deben sentir que son parte de lo mismo. Es el camino.