En relación al Espanyol, el 2014 acaba con una sensación agridulce. Aunque, si lo pienso un poco, no es muy distinto en lo que no se refiere al Espanyol.
Un año de estos, al llegar estas fechas en que diciembre languidece, exclamé en casa ¡qué ganas tenía de que acabara este año. A ver si el próximo es mejor!, remarcando las dificultades del año que expiraba, y mi señora, que como todas las ‘parientas’ no deja pasar una, me señaló: “cada año dices lo mismo”. Y tengo que reconocer que tiene razón.
Los años se suceden a toda prisa y, con todo el optimismo que somos capaces de retener, nos afanamos porque el siguiente sea mejor. Ese, y no otro, es el espíritu que nos mueve a seguir confiando en nuestro Espanyol. No tenemos demasiadas certezas de que sea así, pero soñamos en que con nuestro empuje y empeño lo conseguiremos; volveremos a cantar ¡Campeones! y derribaremos muros que hoy parecen infranqueables.
Pero cuando decía que el regusto es agridulce me refería a que todavía resuena el eco de las declaraciones de Lara en las que alertaba sobre los riesgos de nuestra desaparición. Si en lo deportivo soy optimista, en lo institucional quiero ser realistas y sé, como todos, que la situación es realmente preocupante, pero no hasta el punto de escuchar de fondo el tronar de las Trompetas del Apocalipsis. Este club no desaparecerá ni ahora ni, espero, nunca. Además, si lo que parece es que estamos (o nos quieren poner) en el escaparate en busca de un comprador, la peor estrategia de venta es ‘hablar mal del caballo’, como decía aquel viejo chiste.
Hemos capeado el temporal de la crisis, hemos sabido vivir en la penuria y, aunque el precio que pagamos es caro y se ve reflejado en una grada famélica, las perspectivas son buenas y ‘la fábrica’ sigue produciendo con una materia prima que no se consigue solo con dinero: el talento, que también se cosecha a base de trabajo y buenas estructuras que la potencien. Y todo se mueve alentado con una gasolina que, hoy por hoy, tampoco está a la venta, que es el amor a unos colores. La Força d’un Sentiment insufla viento en las velas de nuestra ilusión; una ilusión que nada ni nadie puede –ni debe- truncar.
Y sí, tenía ganas de que se acabara este año que, también en lo personal, ha sido realmente duro. Muy duro. Espero que todos los sinsabores de este 2014 sean engullidos hacia el ‘más allá’ con cada una de las doce uvas con las que me atragantaré el día 31.
Quiero aprovechar el privilegio que me da escribir en este periódico para desearos a todos los pericos mucha salud, mucha felicidad y, por qué no, una feliz y prospera clasificación europea. ¡A por el 2015!
La ‘fabrica’ sigue produciendo con una materia prima que no se consigue solo con dinero
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