Dice Carlos Marañón en su epílogo de la 2020-2021 en la Biblia perica, el libro de la historia del club elaborado por la Fundación, que “el Espanyol es la suma de todas las vidas de los que lo sentimos, nuestras historias mínimas, que nos hacen mayores, gigantes.”
El perico consorte no nace perico, se hace, nos adopta él a nosotros. Y pace al lado del perico de cuna, el del linaje, para amortiguarle el camino, para multiplicarle las alegrías que recibe a cuentagotas y para dividirle las penas, que son rutina, recordándole que el fútbol no le da de comer, que hay cosas más importantes. Para hacerle más soportable la espera en el camino a ninguna parte.
El perico consorte es un daño colateral. Madres o padres de, esposas o esposos de, novios o novias de… y hasta familiares de menor grado y amistades estrechas que fueron acercándose a la fe perica, guardando en un cajón sus simpatías por el rival, aunque fuera éste a veces el vecino en el caso de los consortes conversos, conscientes de su mayor utilidad para un fin mayor: cobijar al blanquiazul, acompañarle en sus melodramas y reorientar el plan del fin de semana en función de cuándo hay partido. A veces, hasta suena la flauta, ganamos y se llevan una parte del botín en forma de alegría tonta.
El perico consorte es el más generoso de los pericos. Un día se vio formando parte de nuestro paisaje y al otro ya no quiso o supo salir de él. Es la novia que te acompañó a Montjuïc cuando el fútbol le interesaba bastante menos que tú. Es el abuelo que tuvo claro en qué camiseta invertir parte de su pensión por tu cumpleaños o la abuela a la que se le partió el corazón cuando vio a su nieto llorar tras perder aquellos penaltis en Glasgow, la misma abuela que solo alcanzaba el rango de madre en Leverkusen. A fuerza de sufrirnos, terminan comprendiéndonos y padeciendo con nosotros, casi haciendo suya nuestra causa perdida. Se terminan aprendiendo el nombre de los jugadores, cargan con nuestros dioses, refunfuñan que Chen no se rasca el bolsillo y temen que en la siguiente jornada se vuelva a cumplir con Pacheta lo de la ley del ex.
Tú, que me lees, mira al lado y reconforta a tu consorte, que cuesta muy poco, que al final se trata de cuidar a quien te cuida. Haz caso de lo que te dice: no te sulfures demasiado si las cosas no terminan de salir, si en la clasificación se abre un abismo peligroso o si esperabas que llegase un delantero de 15 goles por temporada y termina viniendo uno voluntarioso, que no es poco, aunque a menudo sea insuficiente.
A veces, ese ángel de la guarda se marcha y nos obliga a pedalear sin ruedines, a nadar sin manguitos, a relativizar lo que pasa en el césped, cuando nos vemos tentados, como dice Carlos Marañón, “a cambiar ese cielo de vivencia emocional por un triunfo el domingo que viene. Por no volver nunca a ser colistas”.