El catalanus typicus es, por naturaleza, una especie pesimista. Ese espíritu bajoneado tan nuestro está presente arreu. La sardana, la danza autóctona, está más cerca de la contención y la prudencia que del jolgorio desacomplejado. Y nos define. Somos así, reservamos la cubertería buena para las ocasiones especiales como si fuéramos a vivir para siempre o pensamos que, cuanto más guapa nuestra pareja, peor, no vaya a ser que llame mucho la atención y nos la levanten. O jugamos a la lotería poco y con desgana, casi prefiriendo que no nos toque, no vaya a ser que la borrachera de billetes nos haga perder el norte. Una rama que cuelga del catalanus typicus es el pericus agorerus, algo así como una variante más purista aún.
El pericus agorerus, además de bailar sin estridencias en una baldosa y de pinchar el filete con un tenedor cualquiera, anhela cosas que realmente no está dispuesto a tener y a mantener. Se tumba al sol, mira al horizonte, respira hondo y, adormecido, sentencia para sí lo bien que nos iría como club, como institución, si tuviéramos más ambición, solo una poquita más. Al pericus agorerus le persigue la felicidad, pero él es más rápido. Con los años, la explosiva combinación de su catalanidad y su espanyolismo le ha convertido en un experto en eso de poner la venda antes de la herida. Tales son sus habilidades que es capaz de celebrar la clasificación europea un sábado y el lunes argumentar que casi mejor que no, porque, total, con la plantilla que tendremos, no nos podremos permitir competir en tantos frentes. Uno es del lugar al que quiere volver y el problema del pericus agorerus es que no sabe muy bien dónde es eso. Con una distancia de dos tuits, es capaz de apremiar al club para que firme ya a Joselu y, cuando este ha firmado, sacar la calculadora y alertar de un sueldo excesivo para su edad, demostrándole al mundo que, aunque se ha podido perder a un director deportivo visionario, ha ganado un tesorero con las cuentas cuadradas y los pies en el suelo. El pericus agorerus le ha reprochado a Chen que no suba el listón de la exigencia, animándole a vender el club si, llegado el caso, no se ve capaz de hacerlo. Y todo para terminar rogándole a la virgencita que nos deje como estamos, no sea peor el remedio que la enfermedad, que más vale chino conocido que yankee por conocer. El pericus agorerus anida en todos y cada uno de nosotros, presto y dispuesto a pincharnos el globo, alimentándose del vértigo que supone cualquier cosa que nos exponga a no tachar un año más del calendario en zona de nadie, sin molestar demasiado, sin llamar la atención, no vaya a ser que nos pase algo que contar.