Después de la gran noche del Bernabeu, el míster Javier Aguirre hizo una afirmación aparentemente paradójica: “ahora debemos tener una actitud de equipo grande.”
En principio, se diría que el equipo fue grande ante el Real Madrid, porque no se asustó ante el embate de tanta pierna talentosa y forrada en euros y aguantó hasta el final, para encontrar el momento propicio de la jugarreta final con la que se convirtió en ganador virtual del partido.
Eso fue, probablemente, de equipo grande. Pero cuando Aguirre hablaba de seguir adelante con esa filosofía, se refería a ejercer en cada partido ese supuesto poder que tienen los equipos con mentalidad ganadora. Se trata de no acomodarse, de luchar cada minuto, cada punto, en cada jugada, de ganar siempre que se pueda, porque se quiere ganar.
Un equipo pequeño puede crecerse ante uno superior, porque si logra un resultado positivo lo disfrutará como una hazaña que los jugadores y los espectadores contarán a sus nietos. Pero eso será siempre algo excepcional, para el recuerdo y las webs históricas; en el día a día, y contra los rivales sin brillo especial, el equipo pequeño baja su espíritu competitivo, su motivación, porque acepta que siempre va a ir andando por el lado mediocre de la vida, y mientras se mantenga en una categoría aceptable lo demás poco importa.
Ese conformismo es el que quiere combatir Aguirre cuando exige “actitud de equipo grande”. Que el Espanyol se proponga vencer siempre, y llegar a lo más alto posible sin renunciar a nada. Después, la realidad pone a cada uno en su sitio, pero que no sea, jamás, por falta de ganas y esfuerzo. Que cada jugador responda a aquel tópico de los vestuarios: “Estos quieren ganar hasta los entrenamientos.”
La primera oportunidad de demostrar esa filosofía ganadora es hoy, contra el Depor, en esta jornada que estará dominada por la triste recaída de Tito Vilanova, con el mundo del futbol en estado de shock. Que supere este mal trago.