Éramos muchos los que nos las prometíamos la mar de felices cuando pusimos la pica en Mestalla, con el repique de las campanadas de fin de año de fondo. Nos dio por pensar que este 2022 íbamos a ser por fin el niño en el bautizo, a pelear por los puestos europeos y adquirir una dimensión de equipo puntero. Pero de salvapatrias, cero patatero. La resaca de Nochevieja nos tiene hundidos en una cuesta de enero infinita.
En apenas dos semanas, porrascazo doble ante el Elche CF, cayendo ante el penúltimo clasificado y dinamitando la inexpugnabilidad del factor casa; apeados además por el Real Mallorca de la Copa del Rey; rascando un empate in extremis ante el Cádiz CF y cayendo ante el Real Betis. Nos han dado más palos que a una estera. Y subrayando, para más inri, que eran tres rivales inferiores sobre el papel. Un desastre rayano en lo obsceno. Llevamos once partidos encadenados recibiendo goles en duelos decepcionantes, grises, a remolque de la situación y de cualquiera… Hemos pasado de la habitual montaña rusa a la caída libre sin que nada ni nadie parezca capaz de enmendar esta debacle. Que el equipo no está a la altura no es ningún secreto, pero de ahí a comulgar con el bochorno todos los domingos, nos está haciendo envejecer a marchas forzadas. Un flagelo inmerecido a la siempre sufrida afición perica.
Conviene recordar que entre el 2019 y el 2021, el RCDE gastó 70 millones en reconfigurar la plantilla. ¿Reconfigurar el qué? Si el Villarreal CF ni nos triplica el presupuesto ni en número de socios… ¡Y estamos ante dos realidades paralelas! ¿Qué pasa aquí? Porque el contraste es abrumador siguiente nivel, y diametralmente opuesto en su objeto, alcance y metodología.
El equipo se ha instalado en la mediocridad sin el menor atisbo de sonrojo. Como mínimo, falta mentalidad ganadora, por no hablar de una autoexigencia que brilla por su ausencia. Saltamos al campo desganados, como si una minoría endeble nos estuviese guiando. Y según arranca el partido nos vamos empequeñeciendo, desdibujándonos. Planteamos los partidos como si fuesen trámites burocráticos, desapasionados, como quien se pone a mirar una obra que ni le va ni le viene. ¿Qué fue de lo de dejarse la piel en los partidos? ¿Dónde perdimos el valor y la voluntad? Hay que dar un golpe encima de la mesa y parar esta dinámica. Y ya puestos, preguntarnos hacia dónde vamos o qué queremos ser porque, por encima de todo, falta un modelo de juego ambicioso, una seña de identidad. Falta ilusionar al personal porque aquí ni estilo de juego, ni calidade galega ni ná de ná. Hay que fichar mejor, encontrar veteranos contrastados, buscar cesiones con garantías… lo que sea, pero basta ya de experimentos, por favor.
La dirección deportiva de este club se ha convertido en un personaje excesivo y desatinado, y toca enmendarse, dejar de hacer las cuentas del Gran Capitán, y reconocer que nuestro mal endémico no es otro que la falta de ambición. Sin voluntad no hay paraíso, y este Espanyol, desde luego, no es lo que pedí por Amazon.