Labrada victoria en Fuenlabrada. Así empezaba esta pieza antes del desastre final. Del error que impidió que el Espanyol diera un gran golpe sobre la mesa, de autoridad. Que fuera más líder. Pero si algo será este equipo tras el último contratiempo, además de parecer más mortal que extraterrestre por su buena marcha, es más fuerte. Porque es de esto, de los errores y las situaciones, cuando más se aprende. Lo que más curte a cualquiera y el Espanyol seguro que saldrá reforzado de ello, aunque ahora esté, hablando mal y pronto, jodido. Así que si algo se labró ayer fue la dureza de este equipo, su capacidad para encajar golpes y seguir como si nada. De hecho, de eso se trata la vida, de levantarse más fuerte tras la caída. De relativizar las cosas, de sosegarse y no pensar y actuar en caliente. No siempre se puede ganar.
Y es en este punto donde me gustaría reflexionar sobre la acción que marcó la desgracia espanyolista, el penalti de Diego López. Un portero que ayer demostró ser humano, pero no por ello hay que señalarle. Porque pónganse a reflexionar. ¿Cuantos puntos le ha dado al equipo con sus intervenciones? ¿Y cuantos les ha quitado? ¿Dos? Irrisorio. Porque quizás, como dijo el propio míster, si se hubiera matado antes el partido, este lance no habría que lamentarlo. Así que seamos justos. Porque ya saben, lo que el fútbol te da, el fútbol te quita. Y lo mismo con los futbolistas. Lo importante es que el cómputo global sea positivo, y en este caso así lo es. A veces ocurren accidentes. Tiempo al tiempo, lo que hoy es una hecatombe mañana será un punto valorado. Ya lo verán.
No fue un paseo, un partidazo. Pero sí una nueva demostración de lo caprichoso que puede ser el destino, que cuando peor estás encuentras el premio y viceversa. Porque así fue el partido, con una primera mitad con más protagonismo local, pero gol perico, y una reanudación con intercambio de papeles. Cosas del fútbol.
El vaso, siempre medio lleno
Sí, el empate escoció, es evidente y sano que así sea. Pero eso no cambia ni un ápice el hecho de que, con el permiso de todos los rivales, y el máximo respeto hacia todos ellos, cada vez queda más claro que este equipo conseguirá lo que se proponga. Porque da igual si su juego es más o menos vistoso, si sufre en menor o mayor grado por mérito del rival o más por demérito suyo. Porque la realidad, los resultados y la clasificación están evidenciando que, dentro de la dificultad -y dejando la soberbia a un lado-, de no ser porque la situación se tuerza, como en el Fernando Torres, este Espanyol sabe lo que se hace. Pero para buen hacer el de la sociedad ilimitada que forman el ‘23’ y el ‘11’ que así, a lo tonto a lo tonto, ha logrado que los últimos ocho goles del equipo lleven su firma.
Más aciertos que reproches
Se saben muy bien la lección los pericos, bien instruidos por un buen maestro en la materia, un doctor en Segunda y en el arte de lo camaleónico, de saberse adaptar a lo que la situación le requiera.
Ha hecho bien el Espanyol de hacer de la paciencia y la resiliencia sus mejores aliadas. No se impacientan, esperan su momento. Ese en el que un destello de talento hace acto de presencia y se come el escenario. Esa es la ventaja de tener al mejor elenco de actores, pues resuelven como nadie cualquier tipo de situación. Y para muestra un botón, jugada de fútbol sala, de pillo, de un ‘23’ perico que salió de Fuenlabrada siendo Adrián y volvió como Don Embarba. Dicha escena tuvo de todo, magia, tensión, suspense por la revisión del VAR y final feliz gracias a su mejor aliado, RDT. Aunque más de medio gol fuera de su asistente. Pero lo mejor de todo es que ahí no acaba la cosa. Cuando se requiere a Cabrera para que salga a escena lo borda. ¡Menuda seguridad la suya! Y Melendo, que tampoco dejó indiferente a nadie. Pero todo buen actor tiene también un borrón, un fallo puntual que no debería empañar una impecable gira. Así que ánimo Diego, mi aplauso es para ti.