“Reset” es la palabra de moda entre los jugadores pericos para definir el parón del Mundial. “Estos días nos han venido muy bien para desconectar”, repiten como robots en cuanto ven un micro cerca. Y el socio perico que lleva tiempo con la mosca detrás de la oreja viéndoles jugar a algo parecido al futbol, se pregunta: ¿Desconectar? ¿No será que lo que realmente necesitaban era conectar con una clasificación que les sitúa a un solo punto del descenso, después de 14 jornadas?
Un “Stop and think” como dicen los modernos y un “¡Espabilad, ya!” que diríamos los más antiguos. Parar para volver con más fuerza. Es decir, un apagar y volver a encender el router cuando internet falla, no se cargan las páginas, todo se cuelga y tus nervios están a punto de poner el ordenador en wallapop. Más o menos lo que nos pasa a los pericos viendo lo que hasta ahora ofrece el Espanyol de Catoira, con el beneplácito de sus superiores y el desencanto cada vez peor disimulado de un Diego Martínez, más jodido que contento y con mejor discurso que propuesta deportiva, que ya reclamó refuerzos tras la derrota frente al Torino.
La idea que nos transmite el Club es que la preocupación solo está en la grada, que los timmings del segundo mercado catoiriano van según lo previsto y que todo lo que hacen roza la perfección. Vamos, que el País de las Maravillas es un horror comparado con el actual Espanyol. Los jugadores y cuerpo técnico repiten una y otra vez que los entrenamientos son una invitación al optimismo. Pues, bien, mis sistemas nervioso y cardiovascular agradecen y aceptan gustosos su ofrecimiento, pero tras el soporífero espectáculo ofrecido en el Pinatar Arena, mi preocupación sigue en aumento. Si entrenan tan bien y juegan tan mal, igual es que su nivel futbolístico no da para más. Lo bueno es que los jugadores están convencidos de que sacarán la temporada con nota; lo malo es que, si se produjese el segundo descenso de Chen, ellos se irían (esta vez no habría pandemia que evitase la desbandada general), pero los aficionados seguiríamos aquí.
Ser perico es tan genial, como agotador. Somos un maravilloso Dragon Khan sentimental sin término medio, que pasa del éxtasis a la depresión en noventa minutos. No conocemos otra política deportiva que la del bandazo, ni otra batuta institucional que la del palo de ciego, pero seguimos subidos en nuestro particular barco de Chanquete del que no nos moverán, viviendo nuestra pasión perica como una constante Semana Santa. Aplaudimos a rabiar, despotricamos como si no hubiese un mañana, pero ahí estamos. Fieles, incombustibles, pero también muy hartos. ¿Reset? ¿Desconexión? ¿Se ha preguntado el Club qué pasará si es la afición la que acaba desconectando?