El Espanyol enfila la semana previa al debut en liga con muchas dudas. Esta frase se debe haber escrito cada año como mínimo durante los veinte últimos, pero el actual se encuentra sin duda entre los más desesperantes. No es exageración, echemos un ojo a una plantilla que a menos de siete dÍas de su estreno presenta el paisaje de una revolución inacabada.
Catoira es todavía un recién llegado a su cargo, pero lleva con nosotros dos años. Lo suficiente para conocer a fondo los males de una plantilla con jugadores sobrepagados la relevancia futbolística de los cuales tendía a la obsolescencia. Después de dos años consiguiendo objetivos, pero acumulando críticas y sinsabores dirigidos al banquillo y a la dirección deportiva, Catoira sabía que el Espanyol necesitaba una catarsis, un cambio profundo. Soltar lastre de la plantilla e imponer un estilo de juego más competitivo. Romper con el legado de su predecesor. Por eso buscó un entrenador que pudiese ser la piedra angular del proyecto y sobre todo con suficiente carisma para asumir el peso de la necesaria ruptura. Las herramientas que le ofreció para construirlo forman parte de las conversaciones que mantuvieron ambos, pero desde luego, no se nos puede hacer creer que Diego Martínez, un tipo que no toma una decisión sin analizarla al detalle, desconocía todo lo que rodeaba a la situación pasada y futura de Raúl de Tomás, así como que la venta de este era el principal combustible económico de que iba a disponer la remodelación de la plantilla.
No vamos a entrar ahora en como se ha gestionado la situación con la estrella blanquiazul, tema que daría para ríos de tinta y al que le quedan muchos capítulos por escribir. Pero lo sustancial es que a día de hoy no hay ofertas por Raúl. Ni para venderlo bien ni para malvTodas las entradasenderlo. Nada. Parece inaudito, especialmente a ojos de sus fans acérrimos, pero es la realidad. Es un problema, magnificado por el hecho de que esta situación se hace extensiva al resto de los jugadores de los cuales el Espanyol se quiere deshacer. La razón, que el Espanyol no quiere vender por debajo de las amortizaciones pendientes, (caso por ejemplo de Embarba o Vargas) o bien las altas fichas de algunos jugadores en relación a su rendimiento dificultan su salida a mercados concretos (caso de Dimata). Para acabarlo de arreglar, el Espanyol es un club muy conservador en su política de adquisiciones. Chen no suele autorizar entradas si no hay salidas. Y, por supuesto, toda inversión debe provenir del ahorro. No se pone ni un duro más.
Diego Martínez lleva un mes trabajando con lo que tiene, que es poco. Ha inculcado sacrificio y competitividad al grupo, pero sin fichajes que aumenten el nivel de la plantilla, estamos condenados a sufrir en LaLiga y a que más pronto que tarde el propio técnico entre en una fase de desesperación y/o abandono similar a la que acaeció en el pasado a Quique Sánchez Flores, hoy al mando de un Getafe que ha sido la envidia de este verano.
Pero lo que ha hecho el Geta, podría haberlo hecho también el Espanyol, que también tenía en su agenda a tipos como Domingos Duarte. Para ello, Chen, a quien se supone al tanto de la revolución prevista, debió haber hecho desde el inicio dos cosas: invertir o asumir el riesgo de comprar sin haber vendido. Ahora, con RDT postergado, y un grupito de jugadores invendibles como únicos elementos monetizables a 24 días del fin del mercado, esta revolución se ha quedado sin argumentos ni carburante.
Estamos en un momento clave, tal vez una encrucijada histórica, que de culminarse podría hacernos crecer, pero que también nos anticipa gravísimos riesgos. Que no se puede hacer una revolución sin armas lo han aprendido muchos pueblos cuya insurrección fallida ha acabado en un inútil baño de sangre.