La fete est finie’ (Se acabó la fiesta) es el título del disco del artista francés Orelsan. Un año después de editarlo sacó el trabajo ampliado con más canciones y lo llamó ‘La fete est finie: Epilogue”, es decir, el epílogo de esa fiesta que se acabó. Así estamos en el Espanyol, recogiendo los trastos de aquella fiesta que vivimos al final de la temporada pasada. Aquella que acabó con la invasión de campo, con ‘El Panda’ y Melendo en brazos de la afición y con Rubi de estrella suprema. Esa fiesta es pasado y, ahora, deambulamos por casa recogiendo los restos de una farra que nos duró un suspiro. Se fue sumando gente a la fiesta que no estaban invitados (jugadores y entrenadores) pero, ésta, ha acabado en un drama de dimensiones bíblicas. Y, estos 11 partidos que quedan, son el coda. Son una caravana de funerales con un entierro en el orinal del Camp Nou que promete ser la humillación más grande que este club haya sufrido en 120 años de historia.
Con o sin público por el coronavirus, propongo que para ese día se cree una camiseta especial conmemorativa sin el glorioso escudo del equipo. Ese escudo y esos colores no merecen esa humillación. Que usen para la ocasión una camiseta especial y que luego se destruya. Puede ser la amarilla, la verde o la del helado de los cojones, pero nada de blanquiazul ese maldito día. Y, por supuesto, nada de vestir ese escudo. Tampoco creo que merezcan llegar a Suizolandia en el autobús del club. Esa jornada, que vayan con sus coches, en metro, en Uber o andando. Tipos que ganan entre cuatro y cinco millones como los dos López se molestan si el periodista de turno le pone caras y duda de su esfuerzo o implicación. La chulería y el pundonor deberían sacarlo sobre el césped. Es humillante verles partido tras partido hacer el ridículo y mostrar una falta de fútbol total, y es que parece que sean nuevos en el fútbol profesional. No era culpable Galca, ni Quique Sanchez Flores. No lo era Rubi, ni se fue justo con Gallego. Quizás tampoco Machín era un loco desalmado como tampoco creo que sea cosa de Abelardo.
Las manos negras arbitrales, el dudoso funcionamiento del VAR o las conspiraciones judeo-masónicas de una dirección deportiva horripilante no son las responsables finales de este desastre. Los únicos culpables son ellos. Tenemos a unos vecinos culerdos que viven dentro de una anarquía constitucional que va a un incendio diario pero, al saltar al césped, cumplen y lideran la tabla. Tu jefe puede ser un inútil, pero tú puedes hacer tu trabajo. No es incompatible. Me estoy ganando muchos enemigos dentro y fuera de ese vestuario, pero han conseguido que aborrezca el fútbol. Me amargan cada fin de semana y hacen que cada día siga con más ahínco qué tal le va al Olympique de Lyon, al Borussia Dortmund o al Senabre, donde juega el peque de casa.