El amor por el Espanyol me viene de cuna. Ir el domingo al fútbol siempre ha sido, desde que tengo uso de razón, una religión. Primero Sarrià, luego Montjüic y ahora el RCDE Stadium, en este último siempre y cuando mi trabajo me lo permite. Disfruto y sufro con mi equipo, más lo segundo que lo primero. Pero nunca lo voy a dejar de lado, por muchas penas que me dé. Ese sentimiento inexplicable que los pericos llevamos tan adentro no me lo permite. Puedes cambiar de pareja, pero nunca de equipo de fútbol. Y el Espanyol tiene algo especial. O al menos, a mí me lo inculcaron desde pequeño.
Ese sentimiento del que se pueden escribir páginas y páginas es el que falta en el club. ¿Quién nos defiende ante las injusticias? ¿Qué directivo sufre como se veía sufrir a Fernando Lara hijo, a Daniel Sánchez Llibre, a Joan Collet? Escarbando lo encontramos, pero en algunos trabajadores del club que no pueden alzar la voz lo más mínimo. Porque, a la que lo hacen, ya saben cómo acaba todo. Ahí están los casos de Moisés Hurtado o Ángel Morales, por ejemplo.
Piensen en la realidad de este Espanyol. Presidido por Chen Yansheng, un empresario chino a 10.000 kilómetros de distancia que se ha cansado de invertir en el club y busca comprador; Mao Ye es el CEO, un economista que entró en el Espanyol a través del despacho de abogados que negoció la venta de la entidad en su día; Domingo Catoira ocupa, por primera vez en su carrera profesional, el puesto de director deportivo tras sustituir a la persona que lo trajo al club, el destituido Rufete; Luis Vicente Mateo, el responsable del fútbol base perico, tan solo cuenta con experiencia en el Valencia CF, de donde no salió bien parado, y en el Maccabi Haifa israelí…
Pero no quiero hablar del currículum de todos ellos, el cual considero que habla por sí solo y están demostrando en qué nivel se encuentra. De lo que quiero hablar es de la pérdida de sentimiento, de espanyolismo. De la ausencia de éste dentro de nuestro Espanyol. Y es que, de los cargos directivos, los únicos pericos de corazón que encontramos son Rafa Marañón y Toni Alegre.
El club se ha convertido en una empresa. Eso lo sabemos desde hace tiempo, pero al menos esperábamos que fuera una empresa competente. Y quizás lo es a ciertos niveles que desconozco, pero a nivel de socios y de fútbol no. Las cifras siguen siendo bajas, el equipo no ofrece resultados ni garantías, el fútbol base está cada vez más desalmado…
¿Esto ocurría antes, con hombres con sentimiento blanquiazul en las venas situados en los puestos de mando? Sí, también pasaba. Y muy a menudo, además. Pero al menos sufrían como un seguidor más. Los de ahora se lo toman como un trabajo, donde mientras salgan mínimamente los números, todo está bien. Nos hemos convertido en un club impersonal en el que cualquiera que se salga de la línea marcada tiene los días contados. Así pues, ¿dónde está el sentimiento? Donde siempre, en el único sitio que queda: en la afición. Pero, lamentablemente, para que el club funcione es insuficiente. Y cada temporada lo es más, porque el número de socios disminuye a un ritmo vertiginoso.