Hemos atravesado un desierto árido de fútbol y todavía vamos a tener que esperar dos larguísimos días antes de volver a reencontrarnos con el equipo. Hay hambre y ganas, lo que siempre es un buen síntoma, pero sobre todo, hay curiosidad por comprobar si lo que vimos ante el Madrid no fue flor de un día. Los que ya peinamos canas hemos visto otras veces al equipo consumar machadas ante escuadras superiores y tropezar luego en lo más llano. Y no es que el Cádiz sea fácil, pues probablemente nos espera el conjunto más perro de la Liga, etiqueta que quedó huérfana desde que Bordalás abandonó el Getafe. Serán los gaditanos un hueso duro de roer, pero un equipo que consigue derrotar al líder tiene argumentos para plantarle cara a cualquiera. Podemos ganar, perder o empatar, pero lo que hay que exigir siempre es el mismo nivel de competitividad que exhibimos ante los blancos. Si se consigue, auguro victoria.
A lo largo de este páramo que afortunadamente dejamos atrás hasta que las malditas selecciones vuelvan a invadir la competición con sus insulsos partidos, han surgido algunos temas recurrentes que hemos utilizado a modo de entretenimiento para matar el hambre de lo blanquiazul. El primero de ellos, al poco de derrotar a los merengues. Cuando todavía saboreábamos las mieles de las victorias, escuchar el resultado de la due diligence azulgrana supuso una auténtica sobredosis de azúcar que amenazó por convertir en diabética a toda la parroquia perica. Al punto de saber la magnitud del agujero de nuestros queridos vecinos surgió el debate: ¿podrían reducirse las distancias entre ambos clubes? Puede resultar presuntuosa la pregunta, pues somos un recién ascendido que pugna por consolidarse en Primera, pero no es menos cierto que hoy por hoy, el club rico de Barcelona somos nosotros. O como mínimo, el menos pobre. Hay que precisar que el debate no consistía en si podemos lograr aquel sorpasso que pronosticó Sergio Fidalgo en su libro, sino simplemente en acercarnos a ellos. E imaginarlo no es territorio para la ciencia ficción, sobre todo si atendemos a las palabras de José María Durán a los micrófonos de RAC1, donde sugirió que el Espanyol podría multiplicar por tres o por cuatro el actual valor de su plantilla. Más de uno se frotó las manos, aunque más de dos se las llevaron a la cabeza. Cabe recordar que la última vez que desde el club, Chen en este caso, pronosticó que iríamos a la Champions en tres años, acabamos yendo a Europa, si, pero también al campo de la Ponferradina.
Está bien lanzar mensajes de optimismo. Hay que dejar de mirarse a uno mismo como un paria y empezar a valorar lo que tenemos y lo que somos. Para empezar, valoremos que hace un año muchos nos daban por muertos y salimos victoriosos del pozo de Segunda que este año amenaza con engullir a otros grandes. Está bien, repito, trazarse objetivos elevados y atreverse a soñar. Pero también acompañemos estas afirmaciones de argumentos superiores a la fe para conseguir estos hitos. Porque el salto del que Durán nos habló esta semana, uno que sin duda serviría para acortar distancias con nuestro íntimo enemigo, solo puede conseguirse con inversión. Con buena gestión también, claro que sí, pero con inversión. Y no sabemos si Chen está dispuesto a poner una cantidad que avale estas intenciones de triplicar el valor de la plantilla. Aunque desde luego, alguien, a la oreja, debería susurrarle que si hay algún momento, es este.
Y como no sabemos las intenciones de nuestro mandatario chino, al que algunos vuelven a involucrar en operaciones de venta del club -nada concluyente, por lo que hemos podido saber- es mejor que nos concentremos en lo que podemos hacer con los elementos con los que contamos. Si queremos crecer, aprendamos a ganar. Porque el auténtico punto de inflexión no fue derrotar al Madrid, que nadie se equivoque. La prueba del algodón para un equipo con mentalidad ganadora es el Cádiz. Un equipo que quiere crecer no debe lograr lo imposible, sino no fallar cuando no debe hacerlo. Ganen al Cádiz y el resto ya lo iremos viendo.