En mi primer recuerdo de Sarrià estoy entrando gratis al campo. Eso fue así durante varios años, y no por ningún enchufe especial, sino simplemente porque era tan pequeño que mi padre podía entrarme con su carnet.
Eran los años de Solsona –The Big One-, Glaría, José María, Amiano, o Granero –un defensa de entonces, no el de ahora. Lo pasaba bien, a pesar de que, los veteranos lo recordarán y los jóvenes podrán imaginarlo, no siempre salíamos del campo con euforia. Algunas veces bajábamos –mi padre, mi tío, mi hermano, algún primo- un poco serios por la avenida de Sarrià hasta la Diagonal –los días de partido la guardia urbana permitía aparcar coches en la acerca central de la calle, o al menos eso creo-, pero no tengo grabado en la memoria ningún recuerdo especialmente amargo de aquellos tiempos (hablo de una época entre el segundo y el tercer descenso, la de José Emilio Santamaría). Eran años de tecnología rudimentaria, de llevarse el transistor para escuchar otros partidos y de un marcador manual que un empleado iba modificando con carteles cada vez que uno de los equipos marcaba un gol. Años también de recortar del periódico la chuleta del marcador simultáneo DARDO, un panel instalado en la zona superior de la grada en el que cada uno del resto de encuentros de la jornada venía representado por un logo de un producto, a modo de publicidad; la chuleta del periódico permitía saber a qué partido representaba cada logo. Y años de valorar cada victoria como un campeonato de Europa. Como ahora, casi.
Hay otro recuerdo más reciente. Ya no entro gratis, pero me gusta ir al campo igual porque sé que voy a un espectáculo asegurado: N’kono. Nos pondrá a todos a punto del infarto cuando trate de detener un balón con un solo brazo, y nos levantará del asiento cuando lo logre. Y cuando nos piten un penalty, lo tomaré con mucha calma porque sé que hay muchas posibilidades de que N’kono lo pare (por eso, entre otras cosas, siempre fui, años después, un hooligan de Kameni, de quien llegué a pensar si era hijo secreto de Tommy. Adoro las extravagancias cuando dan resultado). Y junto a N’kono estarán Lauridsen, Zúñiga, Pineda, Orejuela, Job, Miguel Ángel… vaya, ya saben de quiénes hablo. En ese Sarrià cayó el Milan, el Inter, el Borussia Moenchengladbach –que por aquel entonces era como el Dortmund de hoy-, incluso el Bayer Leverkusen, porque el drama fue en el partido de vuelta.
En mi tercer recuerdo no estoy en Sarrià. No está nadie en su interior. Unos operarios han instalado el explosivo alrededor del estadio, espero que sin entusiasmo ni regocijo, aunque jamás lo sabré y la estadística nos permite imaginar que algunos serían rivales nuestros. La cámara está a punto para la ejecución. Alguien da la orden –insisto, espero que con frialdad, no confío que con pena-, y el estadio se derrumba en una nube de polvo. Hace apenas unos días hemos visto la hierba viva por última vez, en un partido ganado contra el Valencia. Pero ahora ya está, la dinamita o el titadine o lo que fuera ha liquidado décadas de pasión.
Muy triste, aunque ahora, 20 años más tarde, tenemos que admitir que quisimos mucho Sarrià, pero que queremos mucho más al Espanyol, y por eso hoy seguimos aquí. Bueno, donde sea.