¿Es Embarba el de la temporada pasada? ¿Es el mismo que lideró un equipo a la deriva sin dejarse ir, sin bajar los brazos frente a un descenso inevitable? Al madrileño le puede el peso de la responsabilidad. Ya intuimos en su día que era de los que asume más carga de la que le corresponde, incluso cuando era el mejor del equipo y todos sus regates finalizaban con el rival superado. Pero nunca tenía suficiente el pequeño atacante: quería ser el protagonista de los lanzamientos de falta, de las asistencias y de las coberturas defensivas que le salvan el culo al compañero que pierde la marca del rival. “Este tío está en todas”, exclamaba con sorpresa el perico. El Espanyol acabó por descender, pero sus actuaciones fueron de lo poco salvable de una temporada funesta.
Embarba siente con demasiada intensidad el peso de la grada. Por eso juega como si cada día fuera su debut profesional y tuviera a sus padres entre el público. Y los ve conversar con algunos aficionados mientras calienta y se jura que lo hará bien. Eso le ocurre a la mayoría de futbolistas el primer partido después de fichar por un club grande. Pero unos pocos, como Embarba, viven siempre en ese primer día en el que uno duda si se merece aquello. Lleva esa deuda moral como losa. Y en Segunda parece que le pesa más. Supongo que en esta categoría se imaginaba siendo aún más determinante que el pasado año. La losa es mental, pero sus botas parecen cargar con ese peso. Cada regate suyo es ahora tenso, afrontando hasta el más sencillo de ellos como prueba que decidiera el prestigio de toda una carrera. Cada error suyo nos lo intenta hacer olvidar con un regate más difícil que el anterior. Pero ahora casi nade le sale. El espectador, que tiene poca memoria, le reprocha la penúltima frivolidad. Como si el chico lo hiciera para gustarse, cuando en realidad intenta desesperadamente devolvernos esa deuda que siente que nos debe.
Embarba alberga una paradoja maravillosa. Hay en él una ilusión desbordante que muchos pierden (perdemos) con los años y, al mismo tiempo, tiene un grado de responsabilidad de hombre maduro. No hace mucho, cuando creímos que era el mejor fichaje en mucho tiempo, el madrileño parecía flotar en el campo como un Peter Pan, en parte gracias al rasgo vitalista de su carácter. Pero su desmesurado compromiso, que exigimos a los jugadores y que nos cuesta tanto apreciar cuando lo tenemos delante, le hacen valioso pero frágil. En los tipos así, y más en un jugador pegado a la línea de banda que vive de retarse con el defensa rival, las críticas son pedradas que les llenan de dudas. Por eso antes de criticarle de nuevo, recuerde: nadie vuela si está lleno de dudas.