Javier Aguirre, cachondo como pocos, advertía que siempre acaba llegando el invierno. Con su guasa habitual, lo recordaba para atemperar los sueños de la afición y el entorno si se producía una magnífica racha de resultados. A su vez, el singular preparador mexicano también mandaba así un mensaje al propio vestuario: estamos ganando partidos, pero, a la mínima que bajemos la guardia y el rendimiento, las derrotas aparecerán. Y lo harán de golpe, sin avisar, como acostumbra a llegar el invierno. Así sucedía, llegado el caso; sonrisas heladas, arbitrajes sibilinos y racha triunfal truncada.
La situación se dio de nuevo. Tras un inicio de campeonato que había insuflado mucha ilusión -quizás desmesuradamente- al pueblo perico, las derrotas consecutivas ante Girona y Leganés afectaron de repente al soufflé anímico blanquiazul. En esta escuela de vida que es el Espanyol, como les decíamos recientemente en estas páginas, nada es baladí. La penúltima lección es que, aún en Segunda y con el mayor presupuesto de la categoría, en el fútbol profesional, como en la vida, nada está escrito. Para muestra, un botón: nuestro Espanyol abandonó entonces y momentáneamente las posiciones de ascenso directo, único objetivo posible de este curso.
Comparto la opinión de técnicos y futbolistas cuando llaman a la tranquilidad aseverando que la temporada será muy larga. Yo añado que seguramente tendremos más malas rachas, como las tendrán también nuestros rivales directos. La clave será poder abrigarse cuando lleguen fríos vientos, como ha hecho adecuadamente el equipo ante unos combativos Zaragoza y Cartagena. Esto va, más que nunca, de regularidad. Y, quizás para la salud mental de los pericos y el propio estado anímico de los futbolistas, de espaciar los sinsabores en el tiempo. Para que el invierno, cuando llegue de verdad, pase rápido y sin mayores daños a lamentar.
Ojalá al calor del verano, en playas llenas de gente y libres de virus, ustedes puedan leernos valorar un gran año deportivo. Pero para ello antes queda superar los meses más difíciles y una primavera en la que, no lo olvidemos, se dirimirán realmente los éxitos y fracasos. Toca, pues, tirar de paciencia en casa y bufanda en mano, hasta que podamos volver al templo de Cornellà-El Prat. Yo sigo confiando en que lo conseguiremos. Si es así, y emulando al irrepetible Aguirre, será un placer tomarnos un whisky para mandar a dormir nuestro paso por el infierno; esperemos que eternamente. Mientras, y como reza el himno azteca, “¡Guerra, guerra! ¡En el monte y en el valle!”. O sea, futbolistas: a pelear siempre y donde sea. Durante los noventa minutos. Sin descanso. Aunque lleguen más días de invierno.