Pere Milla está viviendo en el Espanyol uno de esos momentos que todo jugador busca y que no siempre llegan. Se nota feliz, con confianza, sintiendo el cariño de la gente y demostrando en el campo por qué está aquí. Da la sensación de que, por fin, todo le sale de cara. El ilerdense ha arrancado la temporada con fuerza, con ese punto de energía y carácter que contagia. Y si alguien se sorprende, probablemente no sea él. Lo ha dicho más de una vez: sabía que podía darle la vuelta a la situación. Y vaya si lo ha hecho.
Lleva cuatro goles en nueve jornadas, uno más que en toda la pasada temporada, y eso que se perdió dos partidos por sanción después de aquel cruce con Hernández Hernández que todavía da que hablar. Pero más allá de los números, lo que destaca es cómo se le ve. Tranquilo, enchufado, disfrutando. En Oviedo marcó el tanto que sentenció el partido y, sobre todo, calmó al perico que miraba el reloj con el corazón en la garganta. Lo hizo con la serenidad de un delantero que se fía de sí mismo. Lo de aquel fallo ante el Betis, que todavía le duele, quedó atrás. Sirvió para aprender, y punto.
Pere Milla, o como pasar de 0 a 100 en unos meses
Hace no tanto, la historia era muy distinta. En Cornellà no todos lo miraban con buenos ojos. Hubo frialdad, incluso silbidos. Muchos recordaban cómo llegó desde el Elche, en una operación polémica, tras pedir marcharse justo después de la primera jornada de Liga. El Espanyol pagó parte de su cláusula y en Elche se habló de traición. Aquí, de riesgo.
Y sin embargo, el tiempo ha hecho su trabajo. Hoy Pere Milla se ha ganado al RCDE Stadium con trabajo, goles y actitud. La grada lo ve distinto. Se ha reconciliado con él. Porque si algo tiene el perico es memoria, sí, pero también sabe perdonar cuando ve compromiso.
Cuando el enemigo llevaba su nombre
Este sábado el destino lo vuelve a poner cara a cara con el Elche. Y claro, para él no será un partido cualquiera. Fue en ese mismo estadio, hace apenas unos años, donde se hizo un nombre… pero como rival.
En enero de 2022, con Vicente Moreno al frente, el Espanyol llevaba cuatro meses sin perder en casa. Cornellà era un fortín. Hasta que apareció Pere Milla. El Elche rompió una racha de 56 años sin ganar allí y los dos goles fueron suyos. El primero, por un error defensivo. El segundo, un cabezazo perfecto tras centro de Mojica y una mala salida del joven Joan García, que debutaba en Primera y quedó vacunado por el que luego sería compañero de vestuario. En catorce minutos, había silenciado el estadio.
Y repitió. Un año más tarde, en la 22-23, volvió a marcar el 0-1 en otro Espanyol – Elche de esos con tensión por todos lados. Luego remontaron Puado y Braithwaite, pero un gol final de Verdú dejó el empate. Dos visitas, tres goles y un nombre que el perico no olvidó.
Ahora, en el otro bando
Pero el fútbol da vueltas, y a veces de las buenas. Este sábado Milla se reencontrará una vez más con el Elche, pero ahora con la camiseta del Espanyol y el estadio de su parte. No será la primera vez: y jugó contra ellos la 2023-24 en LaLiga Hypermotion (2-0 con doblete de Braithwaite), pero no marcó. Esta vez el contexto es otro.
Llega en su mejor momento desde que viste la blanquiazul: con confianza, jerarquía y una conexión muy especial con Manolo González, que lo ha liberado. Manolo le ha dado espacio, le ha dejado moverse, decidir, sentirse útil. Y eso se nota. Pere juega, pero también entiende el juego. Sabe cuándo apretar, cuándo asistir y cuándo morder. Se le ve feliz, y se nota.
Un reencuentro con aroma de revancha
El partido del sábado no es solo un duelo más. Es una historia dentro de la historia. Para el Espanyol, puede servir para seguir creciendo y consolidarse arriba. Para Milla, es cerrar un círculo.
Se cruza con el equipo que lo aplaudió y luego lo abucheó, con la afición que lo convirtió en ídolo y después en villano. Y ahora lo hace convertido en otro jugador: más hecho, más maduro, más líder.
Tiene por delante una oportunidad bonita: volver a marcar en un Espanyol – Elche, sí, pero esta vez con el RCDE Stadium rugiendo de alegría y no de rabia. Porque el fútbol, cuando quiere, también tiene memoria… pero de la buena.





