Tener un uruguayo en la plantilla es toda una garantía. Y el Espanyol tiene uno de esos que tira de galones. Leandro Cabrera, un tipo muy hogareño al que separarse de su familia le dificultó la adaptación al fútbol español al llegar con solo 18 años, se ha quedado para convertirse en uno de los líderes del Espanyol. Y está totalmente motivado para impregnar su carácter ganador para conseguir el ansiado ascenso.
¿Cómo viviste el cierre del mercado tras ser uno de los culebrones del verano?
Con incertidumbre al igual que el club, ya que podía perder algún jugador importante. Pero eso ya es historia y ahora estoy totalmente centrado en la competición y motivado para pelear por el ascenso.
¿En algún momento te viste fuera del club?
Sí, pero no durante los últimos días. Había pretensiones que en el momento que llegaron parecían muy exigentes y firmes. Pero en el fútbol las palabras muchas veces se las lleva el viento y al final el que te quiere te lo demuestra.
Tres días antes de cerrar el mercado le dices a Rufete que te quedas. ¿Por qué tomas esa decisión?
Me estaban mareando. Llegó un punto en el que me cansé de la situación y llamé a Rufo. Le pregunté directamente cual era la intención del club respecto a mí. Me dijo que contaban conmigo, que querían que fuera un jugador importante y para mí eso fue suficiente. Así que le transmití que por mi parte no se preocupara en el último día del mercado, que no iba a traicionar al club. En el Espanyol me encuentro cómodo, siempre me han tratado muy bien, han mostrado su voluntad para que siguiera y ahora quiero agradecer esa gratitud. Me siento muy querido. El verano fue largo. Se habló de muchas cosas y hubo el interés de bastantes entidades. Entendí que si había alguna oferta importante por algún jugador el club la aceptaría, ya que debía rebajar su masa salarial. Varios futbolistas estuvimos en el escaparate y al final fue Marc el que salió.
El Espanyol apuesta más fuerte que el Benfica y te considera una pieza clave. ¿Esta confianza es un plus de motivación?
Obviamente. Lo siento como una responsabilidad y un reto muy importante. El club siempre me ha tratado muy bien y no puedo estarle más agradecido. Estoy muy feliz de estar acá, pese a que estamos en Segunda, que es algo que en el momento que vine no creía que pudiera llegar a pasar. Ahora hemos de demostrar que el Espanyol es un club de Primera y lograr el ascenso.
Solo en el Zaragoza tuviste bastante estabilidad al estar tres años. ¿A tus 29 años y con contrato hasta 2024, te gustaría echar raíces en el Espanyol?
Me encanta el club y la ciudad. En Zaragoza me integré muy bien y ahora me gustaría repetirlo aquí. Allí comprobé que en Segunda división puede pasar de todo. Nosotros, en mi primer año, no éramos candidatos a subir, pero estuvimos cerca de hacerlo. El fútbol no entiende de presupuestos ni historia, sino de resultados y rendimiento. Lo único que marca una trayectoria es el esfuerzo y la constancia.
Y si echas raíces aquí, ¿te gustaría ser uno de los capitanes?
No me lo planteo. Estoy muy feliz con todo, con mi rol… Ser capitán es una responsabilidad, pero el hecho de llevar el brazalete no me haría cambiar mi actitud e implicación, aunque evidentemente lucirlo es un refuerzo al compromiso que uno puede tener con el club.
Conoces a la perfección la Segunda al haber jugado siete años en ella. ¿Cuál ha de ser la clave para lograr el ascenso?
La constancia. Yo no he podido vivir ningún ascenso, aunque en alguna ocasión me he quedado a las puertas. La clave es que las rachas buenas se alarguen lo máximo posible y las malas duren cuanto menos. Me acuerdo de un Alavés que se tiró unos dos meses sin ganar y logró el objetivo. El hecho de ir puntuando siempre, dando pelea son aspectos que te harán estar arriba. Llevamos cinco partidos –cuatro ganados y uno empatado- y ojalá esto terminara ahora, pero por desgracia no es así, esto es largo. A la que piensas que el camino está hecho se te puede poner crudo.
Desde que llegaste al club, y en tu etapa en Getafe, has sido un intocable, pero a Cabrera le tocó ser suplente en sus inicios en España.
Mi camino no ha sido nada fácil desde que llegué a España. En mi primer año solo jugué cuatro partidos, después me fui cedido al Recreativo de Huelva donde solo actué en 11 jornadas del campeonato. No fue fácil jugar, y menos ser titular. Yo debuté con el Atlético en Primera con solo 18 años, pero no me asenté en esta categoría hasta los 27 ó 28 años. Me ha costado hacerme un sitio.
Estos inicios contrastaron con tu trayectoria en Uruguay, donde quemaste las categorías a una velocidad poco habitual.
Sí, en Sudamérica siempre se ha querido potenciar a los jugadores lo más rápido posible y pronto se van, ya que no se les puede mantener. A mí me tocó debutar con 17 años recién cumplidos, antes de los 18 ya se hablaba de mi pase a Europa y al cumplirlos se concretó mi pase al Atlético de Madrid. Pese a mi juventud me lo tomé con cierta naturalidad, ya que es algo que pasa y seguirá pasando. Físicamente y mentalmente estaba preparado, pero me faltó el tema de la familia. Soy mucho de estar con los míos. Siempre he sido muy de mi casa, de mi gente y me tuve que desprender de todo eso. Les extrañaba, pero mi sueño siempre fue jugar aquí. Esa experiencia me hizo crecer muy rápido.
¿A esa edad está uno preparado para cruzar el Charco?
En Sudamérica hay una madurez futbolística que en Europa tarda más en aparecer, pero eso no es suficiente cuando llegas. Durante estos años he podido comprobar que a la mayoría de jugadores sudamericanos que llegan tan pronto les cuesta demostrar su calidad. Se necesita un periodo de adaptación, aunque siempre hay alguna excepción. José María Giménez, que me parece un jugador espectacular, llegó al Atlético con la misma edad que yo, pero con una madurez mental que yo no tenía cuando vine. Él llegó para comerse el mundo.
¿Con quién viniste a España?
Solo. No fue hasta cuando finalizó la pretemporada que vino mi madre para estar conmigo en esta aventura. Fue complicado. Muchas veces cuando sueñas algo así lo visualizas de otra manera. Creo que yo lo asumí de la peor forma posible.
En tus dos primeros años en España, Atlético y cesión al Recreativo, no tuviste protagonismo. ¿Pensaste en volver a casa? ¿Te arrepentiste de haber venido?
No, nunca. Al revés. En mis primeros dos años me llamaron de Uruguay varias veces por si quería regresar. Llegué a hablar con mi entrenador de la Sub-20 uruguaya para ir a Peñarol, pero pese a que no estaba jugando en ningún equipo, no me quería volver ni loco. No quería ser el típico futbolista que pasó por Europa y lo devolvieron para su casa. No quería fracasar en Europa. Era renunciar a mi sueño.
Aguantaste y apareció el Numancia. ¿Fue un punto de inflexión en tu carrera?
Tras mi primera cesión, que me molestó algo, volví a salir a préstamo en esta ocasión al Numancia y allí empezó a cambiar todo. Me encontré con Pablo Machín, que empezaba a vivir su primera experiencia como primer entrenador. Recuerdo que llegué la última semana del mercado de fichajes y Pablo me agarró y me dijo: “Ya llevas dos años aquí, como este curso no juegues ya te puedes volver a Uruguay. Ya le has visto las orejas al lobo, así que o aprietas o te come el lobo. Esta puede ser tu última oportunidad”. Me tomé muy a pecho estas palabras y me dio mucha confianza. Supo apretarme e hizo que reaccionara. Siempre le estaré muy agradecido, porque con él empecé a cambiar de mentalidad y dejé atrás cierta inmadurez.
¿Machín es uno de los entrenadores que te ha marcado?
Sí. De todos los entrenadores siempre aprendes algo, pero hay dos que han sido especiales en mi carrera. El primero Machín porque me hizo salir de una nube en la que estaba y me bajó a la tierra, y después José Bordalás que viendo mis condiciones me agarró y me dijo lo que tenía que hacer, que me centrara en lo que me pedía porque tenía condiciones. Me dijo el A,B,C de lo que quería para un defensa.
¿Bordalás es tan duro entrenando como se dice?
Sí, sí, es bastante jodido (risas). Tiene un nivel de exigencia muy alto, bastante por encima de lo que pide el club. Al empezar la temporada, aunque desde la entidad se pudiera decir que el primer objetivo es la salvación, él manifiesta que hay que mejorar los resultados de la campaña anterior. Y en Getafe estos fueron un octavo y quinto puesto. Cada año es más exigente con el grupo, pero también consigo mismo. Sabe transmitir que el conformismo es lo peor que le puede pasar a un jugador. Creo que a la larga o a la corta se le va a premiar como entrenador mucho más que ahora.
Me hablas de compromiso e implicación. Por mucha que haya, ¿cómo un jugador puede jugar un partido, como el tuyo con el Getafe ante el Leganés, sabiendo que te ibas al Espanyol?
Mi salida del Getafe fue un poco rara. Lo que le planteé la semana previa al cierre del mercado a Rufete también lo hice en el Getafe, club al que quiero y no tengo nada que reprochar sino todo lo contrario. Es el equipo de Primera al que siempre quiero ver ganar por todo lo que me dieron. Cuando apareció el interés del Espanyol, les comenté que tenía la posibilidad de irme y me dijeron que hiciera lo que considerara mejor para mí. Sucedió todo lo contrario que hace unos días con Rufete cuando me mostró su total confianza en mí. Así que tomé la decisión de venir al Espanyol, ya que iba a un club que, pese a la situación en la que estamos, es un gigante en España. A mí me ha costado mucho hacerme un nombre en el fútbol, al menos a este nivel, y la oportunidad de venir aquí me la tomé como una posibilidad de crecer pese a las dificultades que teníamos para salvar la categoría. Era una decisión complicada, ya que el Getafe peleaba por entrar en Champions, mientras que nosotros por salvarnos. Al acabar ese partido ante el Leganés me fui a firmar el contrato con el Espanyol. Y no me arrepiento de nada.
Tras tu marcha muchos hablaron bien de ti, ya que eres uno de esos jugadores que dejan huella en un vestuario. ¿Mantienes relación con muchos excompañeros?
Creo que esto es por la educación que me han dado. Me gusta mantener cerca a la buena gente que me ido encontrado en la vida. Ahora me he reencontrado con Fran Mérida, con quien hacía seis años que no compartíamos vestuario, y ha sido como si nunca nos hubiéramos separado. Y ha sido así porque nunca hemos dejado de hablarnos. No pasaba mucho tiempo sin que nos mandáramos algún mensaje. Cuando te sientes bien con alguien, aunque cambies de ciudad sigues intentando mantener la relación. Esto me lo tomo como algo normal.
En el Castilla coincidiste con Lucas Vázquez, ¿qué sabes de él?
La verdad es que tengo poco contacto con él, pero cuando hablamos o coincidimos es también como si no hubiera pasado el tiempo. Además, al ser familiar de Andrés Prieto, con quien me llevo muy bien, es una extensión a él. Aunque con Lucas no hablo muy seguido los dos sabemos cómo nos va la vida y todo.
Este año te enfrentarás al Zaragoza, el equipo en el que más has jugado en España. ¿Sería una lástima volver a la Romareda sin público?
La verdad es que sí. La Romareda -el partido allí se jugará en mayo- es un estadio espectacular, no por lo que es la instalación, que debe mejorar, sino por cómo se vive el fútbol. Tengo muy buenos recuerdos de mi etapa allí. Al acabar mi contrato no utilicé redes sociales ni cartas para despedirme de la afición, ya que no soy de todo esto, pero quiero dejar claro que siempre me sentí muy querido. Siempre he deseado poder enfrentarme al Zaragoza en Primera.
Para acabar, ¿Embarba sigue poniendo la música en el vestuario?
Sí, aunque ahora que está confinado como no se la ponga al gato que tiene en casa… La verdad es que el día de partido creo que es el que elige la mejor música. Es el mejor DJ, pero quizás porque nadie le ha desafiado, ya que tiene el altavoz amarrado. No lo suelta (risas).
Grande Lele