A principios de los dosmiles los talentos del fútbol español que emigraban al extranjero eran la novedad. Fran Mérida lo hizo en 2005, con 16 años. Dejó La Masia para fichar por la academia del Arsenal. El titular venía dado: “El nuevo Cesc Fàbregas”. Pero la carrera de Mérida no fue como la de Fàbregas. Mientras uno representa la flor, el otro las espinas. El Espanyol es la última estación en la que se ha bajado Mérida cargando una mochila repleta de experiencias que le han hecho aprender y madurar hasta llegar a ser un futbolista al que se le escucha.
Hubo una época, sin embargo, en la que a Mérida no le llamaban. Lo explicó a El Confidencial, en 2015. “Cuando nada va bien, la gente ni te llama”, contaba. Se refería a los agentes que cuando el viento sopla a favor dan una “palmadita a ver qué pueden sacar” y cuando no, desaparecen. Y es que lo que reprodujo su moviola particular después de volar de Londres no es lo que uno podía imaginarse cuando aterrizó.
Las comparaciones con Cesc
Mérida era producto de La Masia. Buen trato del balón, creatividad y mucha calidad técnica. Encajaba a la perfección en aquel concepto que era el Arsenal de Arsène Wenger. Y ya en 2007, después de marcar en su debut con el primer equipo, fue nominado a ganar el Premio Fútbol Draft. Un año antes el oro había sido para Fàbregas. Las preguntas siempre apuntaban hacia el mismo lugar, pero él insistía en que estaba “aprendiendo” y repetía lo más importante: “Algún día me gustaría ser Fran Mérida”. Quería seguir su propio camino. Eso sí, Cesc estaba entre sus referentes junto a Zidane y Deco. Porque fue en Londres donde realmente pensó por vez primera que podría llegar a jugar en la élite.
Debutó en el Arsenal y estalló su fama. Todavía era muy joven y, aunque empezó a dar “pasos más grandes”, estos a su vez se convertían en “menos seguros”. Vivía solo. Sus padres y su hermana (Sara Mérida, fisioterapeuta del Espanyol) se quedaron en Barcelona. Quedaba con los amigos, se iba de cañas, se fue cedido a la Real, volvió a Londres y entonces le llegó su sueño: Mérida, colchonero declarado, fichó por el Atlético.
Sánchez Flores le cruzó
Con Sánchez Flores de entrenador tuvo cierto protagonismo, aunque jugaba demasiado escorado en banda. Un día discutió con el técnico y se pasó tres meses sin ir convocado. “A la cuarta semana fui a su despacho porque no sabía qué estaba pasando. Me pidió tranquilidad, pero vi algunos detalles que no me gustaron y me desanimé”, explicaba el año pasado a El País. Perdió la ilusión e incluso había días en los que no entrenaba al 100%. Se sintió desplazado. “Cuando las cosas se torcieron no supe administrarlo”. Tenía 20 años. Ahora reconoce que no estuvo a la altura del club y sabe que si volviera a verse en una situación parecida no le pasaría otra vez. Pero para darse cuenta de ello emprendió una larga travesía.
Dudas al dejar Brasil
Primero recaló en el Sporting de Braga portugués, más tarde en un Hércules desahuciado para acabar poco después en Brasil, un viaje que tradicionalmente se hace a la inversa. El Atlético Paranaense era un recién ascendido y le había ofrecido un buen contrato. Él tenía todavía 23 años y parecía estar ya de vuelta. Cuando acabó su experiencia en el Brasileirão le entraron dudas. Por su cabeza revolotearon ideas como dejar el fútbol. Hasta que paraba y se decía: “Estoy formado escolarmente pero nada más, porque me he pasado la vida jugando”. Entonces apareció una figura clave, su padre, que le dijo: “Tienes 24 años, toda la vida por delante. Esto es solo un bache que te tiene que convencer de cambiar algunas cosas y los resultados llegarán”. Hizo autocrítica, cambió hábitos, se reubicó y se acercó a personas que verdaderamente le querían. Empezó de cero, cambió el chip y no permitió que el fútbol le entristeciera.
El reencuentro
Otra persona muy importante en todo este proceso fue –y es– su representante Antonio López, ex capitán del Atlético. De su mano rechazó ofertas del extranjero y acabó en Segunda B, con el Huesca. Allá se encontró y en su primera temporada, habiendo jugado 15 partidos, logró el ascenso a Segunda. En la categoría de plata su papel fue fundamental para conseguir la permanencia sin titubear. Fue titular indiscutible. Osasuna, que acababa de subir a Primera, se fijó en él y lo fichó. En su primera temporada como rojillo le costó encontrar continuidad en una mala campaña del equipo, que volvió a Segunda.
De nuevo abajo, pero ya como un futbolista maduro, se hizo con el control de la medular. El Sadar es un campo particular y el club navarro tiene una idiosincrasia a la que se supo adaptar. “Siempre he sido un jugador de buen trato de balón, pero me costó darme cuenta de que con eso solo no vale”. No solo había cambiado de actitud, sino también de estilo. Pasó a ser un jugador puramente creativo a un centrocampista que ordena adelante y atrás, que marca cuándo debe iniciarse la presión o que ralentiza el balón si el ritmo del partido lo exige. Dejó de ser la perla de La Masia con un futuro truncado a ser, por fin, Fran Mérida. Había encontrado su lugar. En su tercera temporada en Osasuna fue clave en el ascenso a Primera. Esta pasada temporada, no obstante, disminuyó su protagonismo: jugó 23 partidos, de los cuales solo 12 como titular.
Cuando estaba en Segunda B con el Huesca, Mérida admitía que tenía ganas de jugar en Primera pero que no era una obsesión. Ahora está llamado a ser uno de los jugadores que lideren este proyecto del Espanyol en el que devolver al equipo al lugar que le pertenece es obligación. Mérida vuelve a la ciudad que le vio crecer y que le vio partir muy pronto. Por el camino se llevó decepciones y se enfrentó a las dificultades del mundo del fútbol profesional. Vuelve siendo padre, con una vida ordenada y con ganas de a ser importante en un equipo que lucha por regresar a Primera.