La profunda crisis de resultados que arrastra el equipo en todo lo que llevamos de 2012, está a punto de hacer estallar la paz social. Es cuestión de tiempo, pero los problemas se van amontonando al mismo ritmo que se pierde la ilusión entre los seguidores. Existe un profundo divorcio entre el Consejo de Administración y el socio de a píe que reclama una acción más decidida.
Cuando Pochettino pronunció aquella frase de que “no hay nada que ilusione” se estaba refiriendo a la pérdida profunda de referentes para la afición. Se ha trastocado el espíritu de la política de cantera, uno de los aspectos del club del que los espanyolistas estaban más orgullosos. No hay proyecto deportivo, reconocido por el entrenador. No hay referentes deportivos. Los jugadores duran menos aquí que en cualquier otro sitio y, además, una vez fuera, muchos de ellos se pasan por los juzgados, con el consiguiente malestar de los seguidores. Sin hablar de la manera en que nos hemos desprendido de alguno de ellos.
La situación económica no es el primer problema, es el único problema, ya que todo gira alrededor de los números. Los presupuestos se cuadran contando con futuras ventas de jugadores, con lo que nos vemos obligados sí o sí a realizar una o dos ventas para cuadrar los números. Y la situación interna no es tranquilizadora, con el fantasma del ERE revoloteando los despachos, se empiezan a filtrar los altos emolumentos de algunos ejecutivos como argumento para el recorte. Y lo que es peor, los aficionados, aquellos a los que siempre se echa mano en los malos momentos recordándoles que son ‘la força d’un sentiment’, asisten como convidados de piedra al deterioro de la institución.
El Consejo debería darse cuenta de que, por lo menos en el caso del Espanyol, no es suficiente con una Junta de Accionistas anual para dar explicaciones. Es más, creo que el esquema de SAD no se ajusta a las necesidades de equipos con un componente de implicación del socio tan alto como el de los espanyolistas. Faltan canales de participación y representación directa. Los consejeros llegan al ‘gobierno’ del club poniendo dinero (y algunos salen luego de forma bochornosa: caso Morales) y los grandes accionistas se pasan entre ellos la presidencia sin contar con la opinión de nadie. Toda esa forma de hacer, alejada de la base, le da carta blanca a la afición para cargárselo todo al no sentirse co-responsable de nada.
No se equivoquen, el fútbol no es un negocio. Llevarlo solo como una empresa es condenarse al fracaso.