Hay decisiones que, con el tiempo, acaban hablando por sí solas. Y la del Espanyol con Ramón Terrats, por desgracia, empieza a parecer una de esas oportunidades perdidas que duelen. El centrocampista catalán, perico confeso, estuvo muy cerca de reforzar al conjunto blanquiazul en el pasado mercado de invierno. Su entorno profesional puso facilidades, y el jugador no ocultó en ningún momento su predisposición. Pero desde la dirección deportiva, con Fran Garagarza al frente, se optó por no avanzar en la operación. Y hoy, meses después, cuesta entender por qué.
No fueron pocos los que, con cierta mala fe, insinuaron que aquello no era más que un intento de colarse en el equipo aprovechando su condición de perico. Que su nombre sonaba más por sentimiento que por rendimiento. La realidad, sin embargo, ha desmontado todas esas teorías. Porque desde que aterrizó en Getafe, Ramón Terrats se ha ganado un sitio —y el respeto— en uno de los equipos y un técnico de los más exigentes de la categoría. Y lo ha hecho a base de trabajo, de fútbol y de carácter.
Cedido por el Villarreal, donde apenas tenía minutos, el joven mediocentro encontró en José Bordalás un técnico que le dio confianza desde el primer instante. Literalmente. “Cuando venía la noche anterior, bastante tarde —llegamos a las 00:30, más o menos—, me llamó el míster. Me dijo que estaba muy contento de tenerme aquí y que era muy posible que jugase”, explicaba Terrats en una reciente entrevista. No le hizo falta ni un entrenamiento para meterse en el once. Debutó en Copa ante el Atlético de Madrid al día siguiente de llegar, y desde entonces ha sido titular en ocho de los nueve partidos que ha disputado el Getafe en Liga, siendo sustituido solo en los minutos finales; sólo se perdió el del Villarreal, al negarse los azulones a abonar los 150.000 euros que dictaba la cláusula del miedo.
Los números hablan por sí solos: cuatro goles, dos de ellos en El Sadar para darle la victoria al Getafe ante Osasuna, y otros dos en Valladolid para firmar una goleada contundente (0-4). Todo eso en apenas tres meses. Y, lo más importante, siendo una pieza clave en un equipo que no regala minutos a nadie.
“Si a Bordalás le pusieran una cámara en el vestuario, sería el ídolo de España. Es increíble, no lo había vivido nunca. Da unas charlas muy buenas. Desde fuera tiene una etiqueta que le mata, pero como persona es genial y muy cercano”, decía Terrats sobre su entrenador. Unas palabras que demuestran que la conexión fue inmediata. Y la respuesta de Bordalás no se hizo esperar: “La verdad es que yo también estoy muy contento con Ramón”.
Con su llegada, el Getafe ha ganado un perfil diferente en la medular. Un jugador con capacidad para pausar el juego, combinar, y entender los ritmos del partido. Su evolución está siendo meteórica. Y ahí es donde vuelve a aparecer la sombra de lo que pudo haber sido.
Porque si algo está claro es que Ramón Terrats hubiese encajado en el actual Espanyol. No solo por su calidad o por su capacidad para entender el juego. También por su compromiso, por su vínculo emocional con el club, y por la convicción con la que se ofreció para ayudar. No pedía privilegios, solo una oportunidad. Pero desde el club nunca se creyó en él.
Ahora, se acerca el duelo ante el Getafe. Y será inevitable mirar de reojo a ese centrocampista que pudo vestir la blanquiazul. Que soñaba con volver a casa, pero al que no se le abrió la puerta. Terrats llegará a Cornellà en plena forma y con un punto de motivación extra. Y quién sabe si con ganas de dejar un mensaje —sobre el césped— a quienes no confiaron en su regreso.
Porque a veces, en el fútbol, las decisiones no se miden solo por lo que uno ficha… sino también por lo que deja escapar.