Las imágenes del domingo fueron toda una declaración de intenciones. No solo por lo que se vivió sobre el césped con la remontada al Atlético, sino también por lo que pasó en el palco y sus alrededores. Alan Pace en el estadio, JJ Watt brindando con la afición en los bares de la Riera, fotos con pericos y hasta promesas de que habrá “muchas más cervezas”. Todo eso sin haber tomado oficialmente el mando. Y claro, la comparación con Chen y Rastar cae por su propio peso.
Lo curioso es que los nuevos todavía no han explicado nada del proyecto, no se han sentado a marcar líneas maestras ni han pisado el despacho de la presidencia. Pero la afición ya está entregada. Y lo está porque se nota que han entendido la idiosincrasia blanquiazul mucho mejor que los anteriores propietarios. No hace falta un manual: basta con mostrarte, mezclarse con la gente y no dar la sensación de pilotar el club a distancia. Y eso es justo lo que ha fallado en los casi diez años de Chen.
A Rastar hay que reconocerle una cosa: puso el dinero para que el Espanyol no desapareciera. Liquidó deuda histórica, garantizó la supervivencia y, en lo básico, mantuvo la maquinaria en marcha. Pero el balance de casi una década es demoledor: 13 entrenadores, seis directores deportivos, dos descensos a Segunda y un proyecto sin rumbo. De aquel “iremos a la Champions en tres años” se pasó al “Chen, go home” coreado en las gradas. Y el espanyolismo, cansado de la inercia, ha recibido a los americanos como si fueran salvadores.
No es tanto que la llegada de Alan Pace y compañía sea la solución mágica a todos los problemas. Es que el desgaste de Chen y su gente era ya insoportable. Nueve años de falsas promesas, de vídeos grabados desde el otro lado del planeta y de una gestión fría que nunca conectó con la grada. Lo nuevo, en cambio, transmite frescura y cercanía. Y aunque no hayan tomado posesión a la espera del OK del CSD -no hay una previsión exacta de cuándo se cumplirá este indispensable trámite burocrático- ni presentado su hoja de ruta, han dado la sensación de que aquí, al menos, el presidente y sus socios estarán.
En definitiva, no es solo que el Espanyol ganara al Atlético. Es que la victoria se vivió como el inicio de otra era. Una en la que, de momento, el simple gesto de levantar una cerveza con la afición vale más que todos los discursos de estos últimos nueve años. Y eso lo dice todo sobre el nivel de hartazgo y, a la vez, de ilusión que hay ahora mismo en el entorno blanquiazul.




