El triunfo del Espanyol ante el Mallorca ha inspirado a Alex Segura en su artículo en Territorio JJ Watt, donde recupera la memoria de los “Cinco Delfines”, aquella delantera de los años sesenta que dejó una huella imborrable en el club. El periodista no compara plantillas, sino sensaciones: la ilusión, el carácter y la energía compartida que transmiten hoy los de Manolo recuerdan a lo que vivió el espanyolismo en aquella época dorada.
Segura pone el acento en la capacidad de este equipo para sobreponerse a las dificultades y competir hasta el último minuto, incluso en condiciones adversas. Lo que valora, por encima de todo, es la unión del grupo, con una plantilla enchufada en la que todos empujan en la misma dirección.
Su reflexión se cierra con una idea clara: más allá de los resultados, este Espanyol ha recuperado la conexión con su gente y vuelve a transmitir identidad y orgullo.
Los Cinco Delfines
Amas, Marcial, Ré, Rodilla y José María. Nombres que se recitaban de carrerilla y que han perdurado décadas en el imaginario colectivo del espanyolismo. Eran los Cinco Delfines, la delantera que llevó al Espanyol hasta una histórica tercera posición en la liga 1966-67, y que hasta dos jornadas antes todavía soñaba con el título.
Con ese Espanyol, salvando las distancias, comparaba mi padre, nacido a finales de los cincuenta, las sensaciones de anoche. Ojo, no el equipo; las sensaciones. Lo vi terminar el partido afónico, eufórico, con la alegría de quien reconoce en el presente un eco de aquellas épocas doradas. Porque lo que transmiten los de Manolo en este arranque de temporada tiene algo de aquella electricidad: carácter, orgullo, ilusión compartida. Pero no nos precipitemos, estamos en la jornada cuatro. Y aun así, anoche quedó claro el rumbo de este conjunto.
Lo que vimos fue pura casta. Un equipo que se quedó con diez en la primera parte y, lejos de bajar los brazos, se multiplicó en cada jugada. Que corrió más que el rival, que resistió el desgaste, que se mantuvo en pie incluso cuando lo lógico habría sido rendirse. Y sí, nos empataron, pero cada balón disputado fue una declaración de intenciones. Y al final, la recompensa llegó porque nadie se escondió, porque todos entendieron que esta camiseta exige ese plus cuando todo parece perdido.
¿Os imagináis que en unas décadas recordemos a los Roberto, Pere Milla, Puado, Dolan, Kike García y compañía…? Que alguien, dentro de treinta o cuarenta años, pueda recitar esos nombres de carrerilla y sentir el mismo cosquilleo, o similar, que aún despiertan los Delfines. Que los chavales de hoy, que miran el fútbol con la camiseta puesta y el teléfono en sus bolsillos (no como en otros estadios cercanos), cuenten a sus hijos cómo vibraban con este Espanyol. Sería la señal definitiva de que este grupo ha dejado huella, que no solo compitió, sino que marcó a una generación.
Aunque lo que hay hoy no son cinco delanteros míticos. Lo que hay es una plantilla al completo enchufada, celebrando cada gol como si fuera el más importante, apoyándose desde el banquillo o la grada, empujando todos en la misma dirección. Esa es la fuerza que ha encendido Manolo: la de un colectivo que contagia y que devuelve a la afición la certeza de que merece la pena soñar.
Por fin, el Espanyol de ahora no vive de recuerdos. Se gana el respeto en el terreno de juego, con esa manera de sufrir y competir hasta el último segundo. Y aunque falte muchísimo camino por recorrer, la semilla está ahí. Somos un equipo que transmite, que conecta con los suyos. Que devuelve el orgullo a una afición que nunca dejó de creer. Se hace camino al andar.
Orgulloso de ser perico.
Alex Segura
