Hoy no es un día cualquiera. Hoy se cumplen 25 años de una de esas noches que los pericos guardamos en el corazón como si fuera un tesoro. Un 27 de mayo de 2000 que todavía pone la piel de gallina. Fue en Mestalla, en una final de Copa del Rey ante el Atlético de Madrid, donde el Espanyol rompió 60 años de sequía y levantó un título que supo a gloria. Y todo empezó con un gol de pillo, un gol marca de la casa, un gol… de Tamudo.
🔙 Tal dia com avui, de fa 25 anys, vam ser campions de Copa a Mestalla per tercera vegada a la nostra història!
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— RCD Espanyol de Barcelona (@RCDEspanyol) May 27, 2025
Porque si hay algo que todo el mundo recuerda de aquella noche, más allá de los nervios, los cánticos o las lágrimas, es ese gol tan suyo. En el minuto 2, Raúl Tamudo —con el ‘23’ a la espalda y la astucia en los pies— hizo de las suyas. Esperó al borde de la línea de fondo a que Toni Jiménez, portero del Atleti y viejo conocido suyo, botara el balón para sacar. Y ahí, como quien no quiere la cosa, le robó la cartera en el aire. Gol. Locura. Historia.
“Tuve la suerte de marcar un gol, que fue diferente, pero pudo pasar a la historia. Cada año, cuando llega esta fecha, me acuerdo con mucho cariño de todo como si hubiese sido ayer. Fue un día inolvidable y me siento muy orgulloso de todo”, ha repetido Tamudo más de una vez desde entonces. Y no es para menos. Aquella acción quedó grabada no solo en la memoria perica, sino en el imaginario del fútbol español.
El equipo de Paco Flores saltó al campo con Cavallero; Cristóbal, Pochettino, Nando, Roger; Toni Velamazán, Sergio, Galca, Arteaga; Martín Posse y Tamudo. También participaron Rotchen y Serrano. Fue una final sufrida, pero con final feliz. Tras el 1-0 de Tamudo, en el minuto 85 llegó el 2-0, obra de un joven Sergio González que sentenció una final para enmarcar. Jimmy Floyd Hasselbaink recortó distancias al final, pero la Copa se subió al bus perico rumbo a Barcelona.
Y mientras las calles de Barcelona se llenaban de banderas y bocinazos, Tamudo, nervioso perdido, se fue al vestuario antes de que acabara el partido. No aguantaba más. Ese día fue jugador, héroe y aficionado, todo a la vez.
Han pasado 25 años desde aquel día, pero hay recuerdos que no caducan. Mestalla fue el escenario, pero el protagonista fue un equipo que supo creer y una afición que nunca dejó de soñar. Hoy, más que nunca, toca decirlo fuerte: gracias por aquel 27 de mayo de 2000. Gracias, Espanyol.