Los técnicos de Espanyol y Villarreal Manolo González y Marcelino García Toral vuelven a cruzar caminos este lunes en La Cerámica tras el precedente de la primera vuelta, saldado con triunfo 1-2 para los groguets.
Un reencuentro que, más allá del duelo entre ambos equipos guarda una historia que se remonta a hace más de cinco años, cuando el técnico perico aún peleaba por abrirse camino en el fútbol profesional. Porque Marcelino no fue solo un rival más en su trayectoria; fue el primer entrenador de élite al que se enfrentó.

Ocurrió en la Copa del Rey de la temporada 2018-19. Manolo dirigía entonces al modesto CD Ebro, un equipo de Segunda B, y el sorteo deparó un emparejamiento ante el Valencia de Marcelino, que terminaría conquistando aquel torneo al ganar 2-1 al Barça en la gran final. Sobre el papel, era un choque desigual, de esos que suelen resolverse rápido. Pero en la ida, disputada en La Romareda, el Ebro sorprendió adelantándose en el marcador y resistió con diez jugadores hasta que los che lograron darle la vuelta y ganar por un ajustado 1-2, gracias a un doblete de Santi Mina. La vuelta, en Mestalla, tampoco fue un paseo para los de Marcelino. Aunque el Valencia dominó, solo un solitario 1-0 les permitió cerrar la eliminatoria.
Aquel Ebro no era un equipo cualquiera. Y Manolo González ya dejaba claro que, por mucho que el rival fuera un Primera, no iba a meter el autobús. “No somos de esos”, decía entonces el técnico gallego, con una seguridad que define bien su carácter. “Para que la gente se haga una idea, nuestro estilo está entre el del Atlético de Madrid y el del Borussia Dortmund, salvando las distancias, claro. Un equipo que defiende bien, pero que cuando tiene el balón busca atacar, ser vertical y rápido”. Una declaración de intenciones que sigue resonando hoy en el Espanyol.

El fútbol, como la vida, da muchas vueltas. Manolo ha recorrido un largo camino desde entonces. Durante diez años, antes de dedicarse al cien por cien a los banquillos, fue conductor de autobuses urbanos. Una triada en la rodilla le obligó a colgar las botas a los 21 años, cuando jugaba en la Montañesa, y tuvo que reinventarse. “Saqué el carnet y me puse a conducir”, explicaba tiempo después. Hasta que en 2017 pidió una excedencia para centrarse en lo que realmente le apasionaba: entrenar. “Es un privilegio vivir de lo que te gusta, aunque cuando empecé nunca pensé que llegaría hasta aquí”.
Y aquí está, algo más de seis años después de aquel duelo copero, dirigiendo al Espanyol en LaLiga y reencontrándose con Marcelino. Ya no es aquel técnico de Segunda B que intentaba dar la sorpresa en Copa, pero sigue fiel a la misma idea: competir sin complejos y sin regalar nada. Este lunes tendrá la oportunidad de demostrarlo de nuevo.