Lo sabemos. El futbol profesional es más que un deporte. También es pasión, adrenalina, debate, una manera de entender la vida que escapa a todo raciocinio. El futbol es su afición, esa que defiende a ultranza unos colores, nombre y escudo sin necesidad de argumentos sólidos, simplemente por ser los suyos. No hay objetividad que resista a la emoción de ver a tu equipo, ni estado de ánimo que quede indiferente ante el resultado.
Por eso, siendo todo lo anterior cierto, lo placentero en futbol no es participar, sino ganar. La vida da muchas vueltas y nadie puede asegurar donde y con quien estará dentro de diez años. Pero todos sabemos de que equipo seremos, sean cuales sean los caminos por los que nos lleve la vida. Esta es la grandeza del futbol: La fidelidad de sus seguidores. ¿Qué hacer con esta bendita subjetividad que no entiende de análisis? Pues, sencillamente disfrutarla, vivirla con intensidad, con locura, con entusiasmo, sin buscar explicaciones que no existen fuera del corazón, ni pretender tener razón en algo cuya base es el delirio. El futbol es una religión y los estadios los nuevos centros de culto.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano, entusiasta hincha de Nacional de Montevideo, dijo: “El fútbol es la única religión que no tiene ateos”. Y ahí estamos los devotos feligreses pericos, felices con las victorias y perdiendo la fe si las derrotas se repiten. El debate sobre si un jugador es bueno o malo, si el sistema de juego es el adecuado, se acaba con el irrefutable argumento de ganar o perder. No hay más: Si se gana, los buenos son buenísimos y los malos regulares; si se pierde, el planteamiento ha sido horroroso, el entrenador no vale y los jugadores no tienen nivel. Así de simple. ¿Ganar jugando mal o, como dijo Don Alfredo Di Stéfano refiriéndose a su paso por el Azul y Blanco Millonarios de Bogotá: “Jugar como nunca… y perder como siempre”. Dicotomía resuelta. Ganar es la solución a todos los males.
El RCD Espanyol viene de una victoria balsámica en Getafe que calma momentáneamente los ánimos, al tiempo que lanza un mensaje de Diego Martínez a la dirección deportiva y al gran hacedor Chen Yansheng: “Con lo que tengo no me llega”. Un solo cambio en un partido de fuerte desgaste físico por considerar que lo que tenía en el banquillo no mejoraba lo que había en el césped, es un grito desesperado para que aceleren la contratación de los refuerzos necesarios que permitan afrontar lo que queda de temporada, sin necesidad de buscar tres equipos peores.
¿Pasión? ¿Sentimiento? ¿Emoción? Sí, por supuesto, todo ello desprende el futbol. Pero, por encima de todo, en futbol profesional lo que cuenta es la victoria. El remedio infalible para curar el abatimiento y los malos pensamientos es ganar. “Ganar, y ganar, y ganar, y ganar, y volver a ganar, eso es el fútbol, señores”. Lo dijo Luis Aragonés.